Visiones desde el Sur

Olvidos

Nos han cambiado la sensatez por el divertimento y ni nos hemos inmutado

La muerte de las personas que amamos siempre nos sorprende aunque la esperemos. Supone un latigazo que recoloca las muchas o pocas neuronas que nos hacen andar la vida; una campana que nos avisa, terca e insistente, de que somos nada: tierra; un fogonazo de lucidez que despierta la inteligencia por mucho que nos duela la ausencia de quien se fue…

No ocurre lo mismo con las personas desconocidas, y parece lógico que deba ser así: no podríamos vivir apenándonos por todas las que fallecen en el orbe que nos contiene: ese escenario del tamaño de la Tierra en donde representamos la obra de nuestras vidas como si fuera un estreno y que, sin embargo, sigue unas reglas conductuales no tan diferenciadas con los habitantes de cualquier territorio no sólo presente sino también pretérito.

Pero deseo dar un quiebro a esta altura del artículo y dejar a un lado la muerte natural: lo irremediable.

Todas las mañanas nos desayunamos con no sé cuántas muertes por terrorismo o huyendo de países en guerra o de dictadores despiadados (¡ay Venezuela!) o por hambre. ¡Sí, de hambre mueren cientos de miles de personas anualmente en el mundo! ¿Cómo nos educan? ¿De qué absurda forma nos inyectan el conocimiento para que aceptemos impertérritos tanta desgracia, tanta ignominia… nosotros que nos denominamos seres inteligentes? ¿Qué ha ocurrido con la capacidad de discernimiento? Nos han cambiado la sensatez por el divertimento y ni nos hemos inmutado; la empatía, la justicia, la equidad, la igualdad… se ha colado por el sumidero de la Historia y no hemos reaccionado ante tamaña involución intelectiva. Una desgracia para la humanidad.

Nos da igual, nos hemos acostumbrado a esas noticias. Creo que ni la escuchamos; en algunos casos, los medios de comunicación ni las incluyen en sus avances. A nadie interesan y lo que se clasifica como tal no vende. Punto.

Albert Camus murió en un accidente de tráfico en 1960. En su coche se encontró una novela póstuma e inacabada -El primer hombre- que sería publicada en 1994. ¿Cuántas cuestiones inconclusas dejan los que mueren huyendo del horror o del terror? ¿Quién publicará o gestionará sus proyectos e ilusiones?

Pero, a pesar de la cosificación que las multinacionales consiguen hacer de nosotros, no todas las personas somos iguales ni reaccionamos de la misma forma. El olvido llega antes a unas que a otras. La mayoría de la gente, incluso, vive en el olvido desde que nace, no hace falta que muera.

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