Odios invisibles

La paciencia casi infinita de los ciudadanos con la corrupción se va minando lentamente con cada saqueo

Parece que los simpatizantes de un partido no se irritan cuando sus dirigentes son acusados de corrupción. Pero no es cierto. La paciencia de los ciudadanos, aunque es casi infinita, se va minando lentamente, como una lluvia fina, con cada nuevo saqueo de las arcas públicas que se conoce. Un buen día el PP puede descubrir que entre sus votantes ha calado la desconfianza y el descrédito. Cuando creíamos que el desprestigio de las instituciones había tocado fondo, cae el ex presidente de Madrid Ignacio González, alfil de Esperanza Aguirre contra Rajoy durante más de una década. Y con él pillan a una partida que habría robado unos 4.000 millones de pesetas en el Canal Isabel II, empresa pública regional de Madrid.

Y si esto es malo, también lo es que el jefe de la Fiscalía Anticorrupción quede en entredicho por haber torpedeado la actuación de los fiscales a su cargo. Hace dos meses comentábamos en este espacio que el ministro Rafael Catalá iba a aplicar una purga de Benito a la Fiscalía. El objetivo era conseguir resultados milagrosos contra la corrupción por el método más sencillo: acusando menos. De esa política hay ya rastros. Se ha relevado al fiscal jefe de Murcia, que incomodaba al imputado presidente regional, que hubo de dimitir. Se ha cesado a los fiscales del caso del 3% de Convergencia en Cataluña. Y se obstaculiza el trabajo de los que investigan los desmanes en el Canal Isabel II…

El Gobierno disimula su turbación, en la semana en que ha sido convocado el presidente Rajoy como testigo del caso Gürtel. Una citación que el PP ha intentado evitar y ha irritado a sus dirigentes. Las instituciones funcionan a trancas y barrancas. Entre tanto, la formación que articula la única oposición frontal al Gobierno, Podemos, parece haber abandonado toda tentación de jugar un papel institucional. El eclipse de Errejón ha apagado las estrategias políticas en el partido de los indignados españoles, concentrado desde su último congreso en el espectáculo.

La última ocurrencia ha sido copiar a los fundamentalistas de Hazte Oír un autobús de denuncia que levante odios invisibles y llame la atención de los medios. La casta ha dado paso a la trama. La acusación contra Ignacio González y dirigentes empresariales o mediáticos parece darles la razón. Lo peor es que mientras se agota la paciencia casi infinita de los ciudadanos, no sólo se degrada el prestigio del Partido Popular, sino también el del conjunto del sistema político nacional. Mal camino.

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