L style="text-transform:uppercase">AS compañías eléctricas, gracias, entre otras cosas, a un artilugio contable de ese personaje llamado Rodrigo Rato, se benefician y enriquecen a un ritmo delirante porque el Estado les permite seguir rentabilizando activos absolutamente amortizados.

El señor Rato sólo fue el brazo ejecutor de una decisión que se tomó hace mucho tiempo y que va más allá del color político.

Mientras tanto nos hacen pagar la luz al precio más elevado de Europa, concretamente ocupamos el tercer puesto en ese ranking.

Ello no sólo erosiona los salarios, ya de por sí bajos; también lastra la productividad de las empresas y negocios, con el consecuente reflejo en las rentas de los trabajadores.

La muerte de esa pobre señora de Reus a quien le cortaron la luz, aunque es algo terrible en sí mismo, no es más que la punta del iceberg. Debajo de ese hecho luctuoso se esconde la realidad que engorda las estadísticas de las personas que sufren la pobreza energética, los pobres de solemnidad y las personas que se encuentran en riesgo de exclusión social.

Mientras el Gobierno de turno nos miente diciéndonos que el paro desciende, no responde a la pregunta del millón: ¿en cuánto ha descendido la aportación de las cotizaciones salariales?, porque ese dato sí describe con claridad la situación real de la gente.

Porque esa es la cuestión. Esa y no otra, explica la terrible paradoja de que en este país se pueda ser pobre teniendo un salario, lo cual es muy triste. Y eso sí que es responsabilidad del Gobierno; responsabilidad y una vergüenza que no puede permitirse. De la misma forma que lo es que no haya mecanismos de cobertura más amplios para los casos de pobreza energética en los que se ven afectadas personas, hasta hace muy poco consideras normales, como las que acuden a un comedor social.

La pobreza empieza a formar parte de un paisaje demasiado cotidiano. Algo que no es de extrañar. Somos un país en el que no sabemos lo que es una empresa y con una productividad por los suelos, pero lo peor no es eso. Lo peor es que el Estado empieza a normalizar la pobreza al hacer dejación de los mecanismos de control que le son propios y dejando de atender a la creciente cantidad de pobres normalizados que se incorporan cada vez en más medida a esta terrible estadística.

Hemos pasado del riesgo de exclusión social a la realidad de esa misma exclusión, a la que cada vez llegan más personas desde diversos frentes.

Sí, soy consciente de que puede parecer demagógico, pero cuando con dinero público se ha rescatado el sector financiero y se permite el enriquecimiento de las eléctricas, no se puede permitir que una anciana se muera en su casa porque no tiene otra cosa para calentarse que no sea con fuego real.

Tan real como los pobres normalizados que forman parte del paisaje.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios