Normalizaciones

A veces no es fácil distinguir cuánto peso tiene el entorno social y cuánto el individuo que realiza una acción

A lo largo de la vida las personas adquirimos hábitos, algunos de los cuales desaparecen con el paso del tiempo, mientras que otros perduran y nos acompañan hasta el final de nuestros días. Esto es explicable por un principio de economía del esfuerzo y por una búsqueda de la eficacia de nuestros comportamientos. Pero la generación de aquellos no se origina sólo en el individuo. Vivimos en sociedades y eso hace que hábitos de los demás, de grupos o de comunidades terminen influenciando e implementándose en cada uno de nosotros. También en este proceso podríamos aplicar los principios mencionados, pero habría que añadir que estos últimos hábitos o costumbres, si son integrados por una persona, facilitan su integración social y reducen el riesgo de fricciones y conflictos. De ahí el refrán Donde fueres, haz lo que vieres. Por tanto, este modo de funcionamiento es inicialmente positivo, pero habría que señalar que lo es si se tiene en cuenta exclusivamente el criterio estadístico, que se traduciría en algo parecido a que lo que hace la mayoría es lo correcto o lo adecuado; que es lo que subyace en aquellos que identifican a la democracia, únicamente, con el resultado de una votación. El problema de esta perspectiva reside en qué es aquello que se convierte en hábito y que acaba normalizándose, aunque abarque a la sociedad en general. Por ejemplo, antes estaba normalizado en mucha gente el que un marido pegara a su mujer, por lo que, realmente y por desgracia, no pasaba nada o, prácticamente, nada. En este contexto, a nivel de dilucidar responsabilidades está el inconveniente de distinguir cuánto peso se le atribuye al entorno social normalizador y cuánto al propio individuo que realiza una acción determinada.

Siendo claros, hasta hace poco, en diversos ambientes tanto políticos como no políticos, eso de aprovecharse y de lucrarse ilícitamente estaba muy normalizado y, más de uno, al que no lo hacía le colgaba el sambenito de que poco más o menos era tonto. Pero vino la crisis y había que buscar culpables, identificándose a la corrupción como la gran causa de la misma; aunque en realidad no se debió sólo a ella. Por suerte, esa normalización ha perdido mucho apoyo, pero esa normalización detestable ha sido sustituida por otras no precisamente deseables, como son las del acoso, la denigración personal y profesional o, incluso, la violencia. ¿No lo cree? Pues entonces dirija la mirada hacia Podemos con respecto a los periodistas que no les agradan o al caso Bódalo.

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