V style="text-transform:uppercase">amos a vivir una fecha cargada de alegría, de nostalgia, de recuerdos, de sentimientos. En la espiral de los años que corren en nuestros corazones, la Navidad es un dulce sentimiento que nos acerca más a la infancia en el calor del hogar, de tantas personas que fueron y que siguen siendo motores de nuestros más callados y queridos amores.

A los hombres nos agrada apretar en lo más hondo de nuestra conciencia los momentos que vivimos en cualquier etapa de la vida y que conservamos como reliquias de un tiempo que se fue.

La Navidad es como un manto blanco de nieve o una capa dorada de sol, para celebrar la llegada de quien un día, en un milagro de amor, se hizo como nosotros. Se unió a nuestras penas y alegrías y se ofreció para darnos la luz eterna de su gloria y abrirnos un camino a ese proyecto humanizador del Padre que es el llamado reino de Dios.

El sentimiento de la Navidad, como fiesta cristiana, es de alegría, por eso la noche del alumbramiento de María en Belén se llamó para siempre Nochebuena.

Los niños encontrarán en esa noche el amor de los mayores, el misterio de una historia que salvó a la Humanidad y que ellos comienzan a vivir en la inocencia de un Portal, de unas figurillas, que aunque están inmóviles, todas caminan hacia la luz de un pesebre donde un ángel anuncia la buena nueva de "paz para los hombres de buena voluntad". No hagamos de la nostalgia un sentimiento de tristeza. Los años se van, la vida pasa y nuestra obligación de hoy debe ser dar alegría a los que nos rodean, porque ha nacido Jesús y hacerles llegar que este hecho que repetimos anualmente fue el eje del más grande milagro que hombre conoció.

Dice la letrilla que "la Nochebuena se viene...". Bien llegada sea. Atémosla al corazón y que nunca pensemos que "la Nochebuena se va". Nosotros siempre estaremos con ella en la fe, en el amor y en ese significado que un día aprendimos, cuando en la infancia, poníamos las figurillas de barro o de papel, inclinadas, de rodillas, ante el Portal y cantábamos esos villancicos eternos, que no olvidamos nunca, que fueron nuestras mejores oraciones en el aprendizaje de comprender los sagrados misterios de nuestra religión.

Soñemos, que ya vienen los pastores bajando por el Conquero, para traer hasta Huelva nuestro Amor primero. Que desde el cabezo a la ría, ya todo es alegría, que espanta las penas, porque todo es brisa de la ría al llegar la Nochebuena.

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