La tribuna

Antonio Porras Nadales

Modernidad electoral

EL diagnóstico socialista se ha demostrado correcto: la estabilidad política de Andalucía se debe al esfuerzo de modernización del gobierno de la Junta. Una modernización que se ajusta a dos fases evolutivas distintas en el tiempo. La primera fue la que impulsó el desarrollo del estado de bienestar, especialmente en las zonas rurales y núcleos sociales asistidos: son los que votan al gobierno para no perder sus pensiones. La segunda es la que ha impactado sobre los núcleos urbanos y sectores más jóvenes, que responden al grado de hegemonía mediática existente en Andalucía: son los que siguen a la televisión.

De este modo el bipartidismo existente en el conjunto nacional se convierte en un cuasiunipartidismo en Andalucía: sin viejas ideologías que puedan justificar la presencia de algunas minorías ni apenas ningún desgaste por la acción de gobierno. Como sucede en un entorno político mediático, ahora ya no se trata de ganar en las urnas para gobernar sino al contrario: se gobierna para ganar en las urnas. Y el principal instrumento es el control de los medios de comunicación y la imagen de la realidad que éstos transmiten a los ciudadanos espectadores.

Si en el conjunto nacional hay un relativo equilibrio mediático, su reflejo electoral es un práctico empate bipartidista entre los partidos cártel, que sólo puede romperse mediante una gran traca final: como sucedió en el 2004, esa traca se llama terrorismo; y por eso Zapatero sería justo si le da un buen cargo en el Gobierno a Sandra Carrasco, la verdadera impulsora de su victoria final en las urnas. Puesto que ya hace cuatro años los españoles decidimos aceptar al terrorismo como un elemento más de nuestro comportamiento electoral, no debe sorprendernos que la historia se repita.

Ahora bien, si en el conjunto nacional hay un cierto equilibrio, en cambio en Andalucía la modernización audiovisual tiene un color mucho más homogéneo: ¿hay algún medio de comunicación audiovisual andaluz afín al PP? Mediante la lógica mediática y el apoyo de los artistas es más fácil consolidar los argumentos negativos de la campaña para desplazar al Partido Popular hacia la más extrema de las derechas. Ya sabemos, con la memoria histórica bien refrescada, quiénes eran: los curas y señoritos que fusilaban a nuestros padres y abuelos en el 36. ¡No pretenderán encima ganar las elecciones!

De este modo la estabilidad del sistema político queda cerrada. Nosotros "los demócratas" (o sea, los que nos llamamos de izquierda) decidimos libremente, siguiendo los sabios consejos de la televisión. Y ningún problema con las urnas.

Esta estabilidad tiene sobre el papel la evidente ventaja de que permite un mejor proceso de aprendizaje: quienes ya están en el gobierno tienen más experiencia para gobernar, y en consecuencia seguro que lo van a hacer mejor. Por eso dicen algunos comentaristas que Zapatero se va a olvidar ya de sus veleidades juveniles del talante y el adanismo; ahora es todo un estadista con experiencia y en consecuencia gobernará mejor.

El único problema es que en Andalucía ese proceso de aprendizaje ya tiene sus pautas marcadas por el largo paso del tiempo: suma y sigue (era el eslogan del PSOE) quiere decir más de lo mismo. O sea, lo que ya sabemos: que la acción del gobierno vendrá condicionada por los equilibrios del aparato, su distribución provincial y su lógica de cuotas. La duda es si una estabilidad tan prolongada no conduce al final al anquilosamiento: pero para modernidades ya tenemos a Canal Sur.

Naturalmente esto no es ningún problema desde la perspectiva de quién debe gobernar. De lo que se trata ahora es de saber en qué y cómo se va a desenvolver la acción de gobierno dentro de un contexto histórico donde las urnas parecen tener al final una importancia secundaria. Cuando en la política comparada lo que se discute es la gobernanza multinivel, las estrategias de gestión de riesgos y los desafíos de un futuro mundial incierto, es el momento de demostrar si nuestra modernidad va algo más allá de la videopolítica. Aunque también es el momento de recordar que con la mera estabilidad no se atienden con claridad a los requerimientos de pluralismo y alternancia propios de una democracia consolidada, que exige un sistema de comunicación más plural y unos medios críticos e independientes.

Al final, la responsabilidad ciudadana para imponer pautas de buen gobierno puede ser mucho más difícil de llevar a la práctica que el mero hecho de acudir a las urnas: y es que por desgracia la estabilidad no es una garantía suficiente de buen gobierno. El resto es el mundo de color rosa, o sea, las consecuencias de la modernización.

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