Desde la ría

José María / Segovia

Meditación

LLEGAMOS al mes de noviembre. El mes triste del año. Los días en que el espíritu se hace más sensible a las cosas eternas, a la meditación, al estudio de nuestro propio interior.

Con la llegada de la festividad de Todos los Santos queremos rendir homenaje a esas almas innominadas que no figuran en los altares, que no pasaron al santoral oficial de la liturgia, pero que quizás en el silencio de su desconocimiento se hicieron más grandes y sencillas a nuestros ojos en el camino de una santidad esperada.

Al filo de esta celebración, el cielo llora en los recuerdos, el sol apaga su luz de vida y una lejana campana deja en sus lúgubres tañidos el homenaje a los que se fueron a la eternidad, dejando en nosotros una impronta de amor, de afecto, de ejemplo y esa estela de habernos enseñado lo que es la vida y ahora nos acercan a meditar qué es la muerte.

El mundo de hoy disloca a veces los conceptos y une la muerte al miedo. El más allá, al misterio a veces vestido de terror. Esas fiestas de los muertos en México, con un contenido de honda realidad, a esa otra del Halloween importado a nuestras tierras no hace más de tres décadas, con sentido de un humor pobre en el juego de realidades tan hondas, nos dice que el hombre es una caja de sorpresas diaria en el corazón y en el espíritu.

Estos días los cementerios se llenan de flores en póstumo homenaje a los que allí descansan. Flores que muy pronto se marchitarán.

Los creyentes tenemos otras flores más duraderas y permanentes en el corazón que dan savia al alma: la oración, los sufragios, el recuerdo agradecido en nuestros rezos cotidianos.

La muerte es invencible en lo material, pero su victoria es efímera en las puertas que nos abre a un mundo distinto de paz, de amor eterno, de presencia divina, de acercamiento a un Dios misericordioso, paternal, que nos espera.

No unamos el recuerdo triste de noviembre a cipreses, a sombras, a tañidos de campanas y a flores mustias sobre las tumbas. Cambiemos estos pensamientos por los que se acercan a finales de diciembre, que nos anuncian un Nacimiento de un ser que viene a salvarnos por su resurrección. Ahí es donde está el verdadero camino del triunfo de los mortales.

Noviembre con hojas caídas de los arboles, con nieblas, con fríos, puede ser un mes único y necesario para una meditación que defina nuestra propia existencia.

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