Visiones desde el Sur

Manicomios

¿De verdad piensa usted que los demás comprenden algo de lo que se cuece aquí, en este mundo?

Aunque muchos digan que no existen, es mentira; usted y yo vivimos en un psiquiátrico desde que llegamos al mundo. El planeta donde vegetamos es un gran manicomio que conecta unos países con otros a través de desconocidos túneles, y usted, aunque no lo sepa, es un interno de alguna sala anexa o lejana a la que yo ocupo, pero ambos residimos en el mismo edificio, este orbe que nos contiene y en donde la incomprensión campa a sus anchas tal como lo hacen la luz y la oscuridad, el estertor que no se oye y el silencio atronador, el sincretismo de la poesía y los ríos caudalosos de la prosa, el viento que destruye y la calma que aquieta las hojas o los que se mueren de hambre junto a los que utilizando malabarismos financieros, viven en una abundancia ostentosa e impúdica.

Dijo eso y enmudeció, mientras observaba atento mis reacciones. En aquel momento no supe si reír o llorar; puede que hiciera ambas cosas o ninguna, no lo sé.

¿Usted cree que estamos todos locos?, -pregunté-.

Él contestó con otra pregunta: ¿Es que usted no está de acuerdo conmigo? ¡Siéntese aquí, a mi lado, señor!, dijo, mientras palmeaba el zócalo de una casa de la calle Concepción donde había instalado su negocio: unos ramilletes de romero en flor, que regalaba a quienes echaban alguna moneda en la caja de zapatos que tenía ante los pies y donde unas calderillas de diez céntimos actuaban como cebo.

¡Mire usted! ¡Mire a la gente pasar…! Y ahora… ¿dígame? ¿Usted cree, de verdad, que hay alguien cuerdo ahí?, ¿que la mayoría de las personas que corren -auspiciadas por los que manejan los hilos del poder económico- tras una ilusión o en busca de una quimera como si en ello les fuera la vida, tienen conciencia de lo que hacen más allá de un intento, animal por otro lado, de pura supervivencia, de comer algo -a ser posible caliente- todos los días? ¿De verdad, señor, piensa usted que los demás comprenden algo de lo que se cuece aquí, en este mundo? -finalizó-.

Me quedé mirándome, paralizado y puede que asustado, en el reflejo que devolvían sus pupilas, y pude constatar que la persona que estaba tras ese espejo callejero y que no era otra que quien firma esta columna, no podía por menos que darle la razón a este insumiso social y que pudiera ser, incluso, que hubiera llegado a esas conclusiones después de haber estudiado lo que nos rodea y haberse decidido por observar al mundo en vez de sufrirlo como hacemos todos.

Esto no es un cuento.

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