Maneras

El respeto a las formas tiene el sentido cívico e incluso ético de una herramienta igualadora

La propia expresión se ha quedado anticuada y hoy ya casi nadie habla, como si fueran una rémora prescindible, de las buenas maneras, un concepto que no tiene nada que ver con el nivel de estudios y mucho menos con la extracción o la clase social, dado que es uno mismo -cualquiera, al margen de su formación o su procedencia familiar- quien decide si se comporta o no como una persona no necesariamente amable o cordial, lo que desde luego se agradece, pero sí considerada y sobre todo respetuosa. Tal vez porque remiten a los manuales de urbanidad del tiempo de las abuelas, tiende erróneamente a considerarse que son los más jóvenes los que las descuidan o han abandonado, y es verdad que no faltan entre ellos -o entre algunos viejos que posan de rompedores- los que se creen más auténticos por prescindir de las formalidades, pero a diario vemos que no hay en esto diferencias generacionales.

Abundan por ejemplo los señores distinguidos, doctores, académicos o practicantes de oficios prestigiosos, cuya elevada autoestima se traduce en una suerte de inmunidad olímpica, y resulta a la vez lamentable y enternecedor observar lo poco que les luce el pulimiento cuando no se desenvuelven entre quienes consideran sus iguales. Hay gente, en teoría muy educada, que sólo ejerce como tal cuando entiende que sus interlocutores lo merecen o tiene algo que ganar a cambio. De este modo, los mismos que se muestran remilgados u obsequiosos hasta la náusea -póngame a los pies de su señora- mudan en segundos, si se dirigen a hombres o mujeres ajenos a sus intereses, a una actitud avarienta, despreciativa o abiertamente zafia. La comunicación escrita, recuperada, no siempre para bien, en la era de los mensajes instantáneos, permite apreciar tanto más claramente el empleo oportunista de la cortesía.

Frente a lo que sostienen algunos de sus defensores, que juzgan elegante o de buen tono añorar los tiempos en los que cada cosa estaba en su sitio, en el fondo las formas no guardan mayor relación con la autoridad o la jerarquía, la etiqueta o los protocolos solemnes, términos todos -salvo el primero, que conserva su razón de ser en el ámbito del conocimiento- restringidos al léxico de quienes se precian de integrar las élites cultivadas. Antes bien, su uso tiene el sentido cívico e incluso ético de una herramienta igualadora. Aunque hay de todo en todos lados, es bastante frecuente que la gente humilde -hasta hace no tanto se les hablaba de usted incluso a los padres- se conduzca con respeto y por el contrario el desdén, la prepotencia o la grosería están muy extendidos entre los que se las dan de exquisitos.

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