Yo creo que debe ser el cambio climático y la ola de calor porque de otra forma es difícil de explicar. En un país que ha pasado una década más apretado que las tuercas de un submarino y que empieza a ver la salida de la crisis, no parece lógico lo que está comenzando a verse. Tras el desplome del ladrillo y el fin de aquellos locos años, todo apuntaba a que comenzábamos a ver la luz gracias a nuevos sectores industriales y a la recuperación de la que siempre ha sido nuestra gallina de los huevos de oro: el turismo. Pero resulta que no, que estábamos todos equivocados y ese sector más que ayudar a salir del pozo está provocando que nos metamos en otro peor.

La cosa va así. La crisis terrorista internacional y las cosas cada vez mejor hechas en el sector están favoreciendo que cada año vengan más extranjeros a visitar nuestro país. Como consecuencia de este éxito hay dos derivadas. La primera es que los ayuntamientos y comunidades autónomas, que ya no tienen el maná del ladrillo vía impuestos, se inventan una tasa turística para recabar fondos con los que pagar servicios públicos útiles y gran cantidad de cosas de dudosa utilidad. (Que ya se sabe que aquí lo de poner el cazo siempre ha funcionado bien). Por otro lado, miles de españolitos de a pie ven en el turismo la salida a sus hipotecas y comienzan a alquilar sus casas a precios más bajos de los oficiales para ganarse su dinerillo (que por algo el Lazarillo es patrimonio nacional). Ello redunda en que los que se meten en esos pisos hacen de su capa un sayo y se las pegan de gordo sin control alguno para cabreo de los vecinos que no sacan manteca de sus pisos. Acto seguido el malestar creciente hace surgir plataformas de defensa vecinal más que comprensibles. Que eso de levantarse por la mañana viéndole el mandao a un guiri ciego como una cuba no debe ser agradable, la verdad.

Y como este país está loco y hace mucho calor resulta que tras esas plataformas son los independentistas los que cogen la reivindicación como propia y deciden que van a sacarle partido para echar a los vikingos visitantes. Se arman de pegatinas, pegamentos, spray y otros elementos de defecación masiva y se lanzan a joderle la marrana al turista que tranquilamente viene a disfrutar de la piel de toro. Los perdidos gobiernos municipales y autonómicos de los territorios a independizar miran con cara de pescao lo que ocurre y se muestran incapaces de reaccionar. Lo tienen difícil porque mientras por un lado los cachorros les sirven para azuzar sus fábulas históricas, por otro les ahuyentan a los que se dejan los cuartos y menean la economía. Algunos reaccionan poniendo coto a las plazas turísticas, otros denuncian los ataques y miran para otro lado y los últimos defienden que el turismo en su pueblo es mejor que el de al lado porque allí son menos bárbaros. Y a todo esto el turista se queda flipado, se siente perseguido y comienza a pensar en irse. Que aguante a estos locos el que los quiera, piensa. Y se coge el avión de vuelta. Y se vacían las playas, los hoteles y los bares. Y ya no se pueden cobrar tasas, alquilar pisos ilegales ni pagar los sueldos pactados. Y todo por unos majaderos que no han salido de su pueblo. Vaya país.

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