Cuando Al Capone invitaba a cenar en el Chez Paree de Chicago a Xavier Cugat, éste intentaba eludir la invitación porque sabía que se podía exponer a un serio contratiempo. Cenar con un mafioso siempre ha tenido un gran riesgo, pero Al Capone era un tipo refinado y convincente. Para seducir a Cugat aludía a que esa noche su mamma había preparado una pasta especial.

Cuando Capone entraba en el Chez Paree la orquesta paraba y se ponía a tocar Rhapsosy in blue, la pieza de jazz para sólo piano que era la música preferida de Al Capone. Siempre hubo clases y cuando un capo de enjundia escribía en clave haciéndose pasar por obispo, para engañar a la Policía, llegaba hasta las últimas consecuencias que el cinismo permite. Podían matarte con una sonrisa en los labios, pero jamás afirmarían que eran la quintaesencia de la defensa de valor alguno. Es decir, delinquían para ellos, con clase, malas artes y muy mala leche, pero jamás un capo de altura utilizó sentimientos nobles para justificarse.

Por contra el tramposo se mimetiza en el sistema, formando parte de él para delinquir, en consecuencia el mafioso siempre se sabrá al margen del sistema al que pretende sobornar y del que aprovecharse. El tramposo tiene su base en el engaño.

En estricto sentido ético el mafioso tiene más altura que el tramposo, excepto cuando se hace daño a las personas, que eso es otra cosa; ya me entienden, aunque ya se sabe cómo se las gastan los servicios coercitivos de los Estados.

Para que el equilibrio delictivo político funcione, el mafioso moderno necesita al tramposo y a esto le llaman la trama. Por definición las ganancias del tramposo siempre fueron calderilla en contraste con las del mafioso, hasta que el tramposo (político de turno), se dio cuenta de que formando parte del sistema podía trocar calderilla por reales.

Nuestros políticos al servicio de mafiosos son más peligrosos que estos, pues el político corrompe el sistema para perpetuar su botín.

En las democracias de verdad hay ciertos límites, más no en la nuestra.

La diferencia es que lo hacen con tal descaro que resulta patético (analicen el caso Lezo o al clan Pujol con la irrepetible "madre superiora" -Ferrusola dixit-).

Hay otra diferencia, esta más chusca. El tramposo no suele tener clase ni refinamiento. Observen el panorama político español y se harán una idea. La visión es patética.

Hoy el tramposo te elimina investigando la vida privada y te destroza en las redes sociales; cuestión de casta, pero no sabe apreciar una pieza musical como Rhapsody in blue, de la misma manera que en su inmensa mayoría no soportan una conversación de cierto nivel cultural ni tres minutos ¿Verdad Susana? Sólo es un ejemplo, hay muchos más. Por debajo, resulta patético. ¡Ay Ferrusola!

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