Luna del 68

Fue curiosamente una revolución porque sí. No había motivos sangrantes para hacerla

Confieso que casi no había caído en la efeméride. Distraído en otros menesteres, algunos periódicos y televisiones me han despertado. Estamos en el mayo número cincuenta después de aquel de 1968 en el que a Europa le temblaron las costuras porque París estuvo unos días sumida en la que entonces creíamos bella anarquía. A mí me cogió en el bastidor de la puerta de la Universidad. Así que fue llegar y ver el incendio. La verdad es que a España llegó en imágenes sueltas, alguna algarada, breves textos incendiarios y poco más. Veíamos el humo, que no era poco. De ahí en adelante tuvimos mucha movida en la universidad, pero por mucho que ahora se nos caigan dos lagrimones de recuerdo no fue para tanto. Quizás hoy se nos humedezcan las mejillas más por ver aquellas fotos, aquella juventud apretada de vida y de mirada limpia, que por los hechos vividos. Los Pirineos entonces eran mucho Pirineos y en la distancia imaginábamos más que veíamos.

¿Fue aquello una revolución? Pues sí, fracasada y triunfante a la vez. De las revoluciones siempre queda mucho, terminen como terminen. Fue una revolución casi espontánea, por contagio, que rápidamente fue controlada y manejada, cómo no, por la extrema izquierda política. Y ahí se hundió. El presidente De Gaulle supo apelar a la enorme clase media francesa, la sacó a la calle y ganó. Victoria ciertamente paradójica porque lo que Mayo del 68 suponía de subversión de los valores sociales hasta entonces vigentes se fue colando por los poros de la sociedad europea y occidental y hoy, cincuenta años después, tenemos en el altar de nuestras sociedades muchas ideas de aquel entonces que hasta están plasmadas en leyes; incluso mucho más. Mayo del 68 tuvo un cierto componente de revolución sexual que hoy ha sido superado con mucho. Todas la zapatiestas relacionadas con la ideología de género quedan muy lejos de aquellos revolucionarios que ni imaginaron llegar a semejantes cotas.

Como quiera que fuese, aquel fue el último acto romántico, equivocado o no en sus formas o en su fondo, de una sociedad que tenía una juventud que estaba muy lejos del pragmatismo y el hedonismo que la que hoy contemplamos. Fue curiosamente una revolución porque sí. No había motivos sangrantes para hacerla. Habían transcurrido poco más de veinte años del final de la Segunda Guerra mundial y Europa se transformaba en mucha paz y no menos prosperidad. Pero cosas de los veinte años. Te da por soñar y no hay manera de que diferencies el sueño de la realidad. Sólo la caída de las hojas del almanaque arregla ese desajuste.

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