Junio tiene una luz especial en nuestra querida Huelva. Siempre he creído que los grandes milagros de la naturaleza nos han venido por la mar. Ese horizonte azul de suave tono, esa luz intensa de los amaneceres que nos ofrecen perspectivas asombrosas, los pálidos rosados al caer la tarde que siembran ecos de románticas baladas a la orilla de la playa... Todo se nos hace distinto.

Hasta incluso los días que al nacer la primavera se nos hacían un poco más largos, llegan a su máxima expresión en las vísperas de San Juan, cuando todo se vuelve magia en las tradiciones ancestrales de nuestras costumbres, dormidas al rescoldo de las brasas de cualquiera de esas hogueras que prende ecos de nostalgias.

Todavía, antes de la festividad de San Antonio, quedan ecos de fiestas romeras en algunos puntos de la provincia, cuando el Simpecado rociero ha proclamado el fin de las fiestas marianas en un desbordado Pentecostés que nos inunda de gracia el alma.

La presencia de las Cruces en sus exaltaciones populares fue la música devota que una vez más nos hizo ver que es en la Cruz donde está todo el sentido de la devoción y de la fe.

Por los barrios de nuestra ciudad las Cruces, mayormente festejadas en procesiones por niños y jóvenes, desfilaron en una despedida de mayo que por ellas estuvo lleno de colores, de aromas y de fervor.

Ya en junio, cuando la luz eterna y maravillosa de la fiesta del Corpus nos llega, todo lo pasado es un recuerdo para nuestra mente. Las romerías acortan sus celebraciones, las Cruces de los barrios recogen su tradición hasta el año que viene. Ahora la luz del verano, que avanza inexorablemente para hacernos tener y padecer el abrazo de la canícula, nuestra vista se desplaza a las orillas del Atlántico, a contemplar el apasionado amor de las olas que besan la arena sin cansancio, continuamente, en un mecanismo que sólo la naturaleza sabe guiar.

En mis viejos recuerdos, la Plaza de las Monjas permanece como una estampa llena de niñas bailando en una antesala rociera, al compás de una danza dirigida por el maestro de los maestros, aquel inefable Paíto que Huelva no olvida.

Ahora a esperar que llegue el verano, que ya nos avisa en la puerta de su estación anual. A esperar los traslados a las playas. A quemarnos con el candente sol del sur y en las siestas de cada día. Todavía oigo aquel cantar de los niños que bajaban de los barrios ofreciéndonos el aroma y el pregón de los jazmines que eran como el perfume de la nueva estación del año que Huelva esperaba.

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