Sí, irremediablemente nuestras lágrimas hoy caen sobre las cenizas de un territorio que sólo hace cinco días era un paraje de ensueño. Para quienes elegimos Mazagón desde hace ya ¡tantos años! como lugar para nuestro ocio y descanso, nuestros solaz y recreo, que vivimos con inenarrable e impagable felicidad, quienes entrañamos entre nosotros y los nuestros un amor fiel e inquebrantable por este espacio privilegiado de nuestra costa, contemplar hoy una apocalíptica visión de devastación, de hecatombe y desolación, es una terrible pesadilla, una sensación inconsolable de tristeza, de amargura y de rabia a duras penas contenida. Sitios por los que en su día deambulamos a pie o en bicicleta, son hoy paisajes yermos, convertidos en penoso escenario de tribulación. En este doloroso trance por el que tantos han pasado es preciso averiguar las causas del siniestro y depurar responsabilidades si las hubiere.

Y así afrontamos con afligida sensación de desamparo la situación en que han quedado tantos lugares que amamos, que disfrutamos, que recorrimos con esa sensación de felicidad infinita que te permite gozar de un encanto natural, de unos valores ecológicos inigualables, de un marco de naturaleza variada donde flora y fauna ofrecen a diario el placer de los bienes terrenales que dispuso la Providencia para nuestro deleite y supervivencia. Sitios como Las Peñuelas, Las Posadillas, Los Pinos del Galés o Pino Galé… -unos afectados y otros en grave riesgo-, el Camino de la Mar, como se conoce popularmente la carretera que conduce desde Rociana del Condado a Mazagón, también llamada Vereda de los playeros o El Villar. El Arboreto, otra joya ecológica, un paisaje diferente, un centro de ensayo forestal con un buen número de ejemplares de eucaliptos, único en su género. Una comunicación directa y cómoda que de antiguo acercaba a gentes de Rociana, Bonares y Lucena del Puerto a estas antiguas playas de Castilla.

Y el fervoroso itinerario rociero de las Hermandades de Huelva: Las Tres Rayas, La Matilla, Bodegones… Y la Cuesta de Maneli, próxima a la duna del Asperillo, una de las zonas de genuina magia natural que lleva a esa atalaya en la que por el norte se contempla una inmensa alfombra verde, un impresionante bosque de pinos, jaguarzos, brezos, sabinas, cantuesos y las tentadoras camarinas, auténticas delicias, ese fruto exquisito al que se refería en su Platero y yo Juan Ramón Jiménez: "esas perlas comestibles que llenaron toda mi infancia", y por el sur la inmensidad del Océano Atlántico. No puedo olvidar a mi amigo Alonso Martín Díaz, una institución en Mazagón, a cuya repoblación forestal tanto contribuyó hace setenta años, un chiquillo entonces. Aquí hemos vivido horas de angustia, zozobra, pánico y desesperación -los campistas que lo perdieron todo- y vemos calcinados entrañables lugares de un paisaje fascinante y singular.

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