La tribuna

Marín Bello Crespo

Kosovo: el enfermo empeora

LO sucedido en las últimas semanas en Serbia y Kosovo, especialmente en Mitrovica -ciudad dividida y símbolo y escenario de la confrontación entre las comunidades serbia y albanesa- desde la proclamación de la independencia kosovar, y las consiguientes y previsibles actitudes de los principales protagonistas y figurantes, con la UE haciendo patentes sus discrepancias en este tema (botón de muestra de la enorme distancia que le falta para llegar a una política exterior común) podrá ser explicado como una serie de reacciones viscerales, lógicas tras una secesión que sacude los sentimientos más profundos del pueblo serbio. Sin duda lo es, pero las convulsiones en caliente no son a veces sino el preludio de movimientos más profundos, permanentes y peligrosos.

En primer lugar, lo ocurrido demuestra abrumadoramente que los serbios de Kosovo, en su inmensa mayoría, no se sienten en absoluto ciudadanos del Estado recién proclamado y, desde luego, exigirán sin duda separarse de él del mismo modo que los albanokosovares lo han hecho de Serbia. Sentada esta premisa, la situación en las áreas de población serbia no tiene otra perspectiva que la inestabilidad, pues en ellas no es seguro que las autoridades kosovares tengan el poder de ejercer y aplicar, de forma pacífica, las actividades y decisiones administrativas, económicas, políticas y sociales que comporta la acción de gobierno en un país normal. Acudir a la imposición y a la represión, posiblemente inevitables, no hará más que empeorar las cosas y minar la reputación de imparcialidad de la comunidad internacional, convertida, a los ojos de los serbios y sus aliados y simpatizantes, en la guardia pretoriana de la comunidad dominante.

Por otra parte, es muy difícil que Serbia pueda resolver fácilmente su actual crisis política -el primer ministro Kostunica ha dimitido- en estas condiciones, pues ningún partido aceptará la secesión como un hecho consumado ni abandonará a los habitantes serbios. Y mucho menos después de los enfrentamientos de Mitrovica, que preludian una espiral de violencia. Dado que la Constitución de la república serbia establece que Kosovo es parte inalienable de la misma, sería menester una reforma constitucional para aceptar legalmente la situación. No parece que a día de hoy nada apunte en Serbia en ese sentido.

En definitiva, la crisis no puede más que agravarse, y sin duda lo hará: algunos países comenzarán a replantearse su presencia en un territorio sin perspectivas de estabilidad, al menos a medio plazo; la decisión de Estados Unidos de enviar armas a Kosovo no es precisamente un indicio de un futuro estable, y enciende alarmas no sólo en Rusia, que ha solicitado una reunión del Consejo de Seguridad para tratar el asunto, sino en cualquier observador imparcial; Serbia no está en disposición de incorporarse a su puesto en Europa mientras su población se considere injustamente tratada; Rusia está en la obligación, por razones culturales e históricas evidentes, de no abandonar a su aliado serbio y menos en las actuales circunstancias; la Unión Europea se encuentra posiblemente enfrentada a uno de los peores problemas de política exterior de su corta historia, y se enfrenta a él dividida y, finalmente, la ONU -con los miembros con derecho a veto sosteniendo actitudes opuestas- no está en disposición de proveer una solución que acomode a todos.

Hay problemas que se resuelven con el tiempo, y a lo mejor hay quien piensa así, dado el actual goteo de reconocimientos del nuevo Estado, cuya espontaneidad es cuando menos dudosa. El caso de Kosovo no pertenece a esta especie, y tiene todas las características de una enfermedad contagiosa. En medicina se aplica la cirugía cuando el mal no tiene otro remedio y amenaza con extenderse. A la situación de Kosovo no la va a mejorar el hacerle guardar cama y aguardar a que le baje la fiebre. Así pues, sólo cabe sentarse y esperar, con las manos en la cabeza, que se produzca un milagro.

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