Juego de hipocresía

Dentro de los partidos es necesario que haya personas con ambición política

U style="text-transform:uppercase">no de los temores de los militantes de los partidos es que los tachen de perseguir la satisfacción de sus intereses personales en vez de los de la organización, porque se da por supuesto que la misma está por encima de sus miembros. Por ello, todo lo que se haga debe dirigirse a esa idea crucial, bajo la que subyace otra: el que la ideología del partido y su programa constituyen el mejor instrumento para la sociedad de cara a alcanzar las mejores cotas de bienestar en todos los sentidos, dentro de las circunstancias particulares de las diferentes etapas históricas. No obstante, esto entra en un conflicto por contradicción con la necesidad de que en tales organizaciones haya personas con ambición política. Si esto no se da, los partidos se convierten en una especie de asociación cultural reivindicativa con escasa o nula capacidad ejecutiva institucional. Ante esta disyunción, ¿qué hacen quienes tienen ambición política y quieren presentarse como candidato a algún cargo? Pues no parar de repetir que lo importante no son las personas sino las ideas y los proyectos; en definitiva, caer en un juego de hipocresía. Habría que ser muy ingenuo para pensar que a los candidatos, con tal de que salgan para adelante sus ideas y proyectos, les da igual no ser ellos quienes los capitaneen y ejerzan el protagonismo. Las creencias expuestas, extensibles a otros ámbitos, hacen que los candidatos midan con lupa cada paso y cada declaración, dificultando así la transparencia y reduciendo energías y atención a asuntos importantes.

La prácticamente única excepción a lo anterior es que el partido en cuestión detente el poder y que el que esté en la cúspide haya sabido calmar apetencias, generar miedo por destituciones o pérdidas de apoyo inmediatas o posteriores. Todos detrás del líder supremo sin cuestionamiento, pero por el momento; se esconde la ambición y se posponen iniciativas. Véase, por ejemplo, el caso de Cristina Cifuentes, del PP de Madrid, quien se ha callado y ha aparcado sus devaneos pretensiosos de alternativa interna de hace unas pocas semanas. Sin embargo, la estructura de todo ese proceso se está representando en el PSOE, con Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz y, de manera mucho más sangrante, en principio, en Podemos, con Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Nada debería extrañarnos, el sólo límite a estas batallas cortesanas habría que situarlo en que los contendientes utilizaran estrategias viles y poco éticas; por lo demás, sencillamente: es lo de siempre.

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