Cuando María Goyri se matriculó en el curso 1892/93 en la Universidad madrileña tenía que esperar en la antesala de la sala de profesores del caserón de la calle San Bernardo, hoy sede de las Reales Academias de España, a que entraran en el aula los demás alumnos. Iniciada la clase, María se incorporaba instalándose en una mesa supletoria al lado del catedrático que la impartía; tampoco en los pasillos podía alternar con sus compañeros de curso. El posible impacto de la presencia de la primera mujer entre universitarios varones llevó al claustro de profesores a adoptar medidas que hoy pueden parecer risibles, pero que retratan el papel de la mujer en la universidad, reflejo de una sociedad aún más cerrada. Después de estudiar Letras y Magisterio, María se casó con Ramón Menéndez Pidal, con el que trabajó en el campo de la investigación filológica. Ella, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán y algunas mujeres más fueron las pioneras que abrieron en España la ardua y larga marcha hacia la emancipación femenina y la equiparación de derechos entre las personas de ambos sexos.

Desde aquellos finales del siglo XIX hasta el actual XXI el camino recorrido ha sido enorme, pero indudablemente quedan metas por alcanzar. La ideología machista, expresada de forma abierta o solapada, no se resiste a quedar convertida en mera reliquia de un pasado oscuro. En su forma más brutal, es actualidad estos días por el juicio a una manada que no es sino la expresión visible y mediática de otras muchas manadas, que planean sus cacerías en hábitats propicios. No es malo que la sociedad haya reaccionado de forma masiva y enérgica ante lo que muchos consideran una pena ligera para los energúmenos ante una violación múltiple. Lo cuestionable es que, como sucede en el fútbol con los árbitros, los malos de la película sean los jueces. Habrá que recordar que, aunque no nos guste en este caso, una de las bases de nuestro sistema democrático, que los magistrados no pueden ignorar, es la presunción de inocencia. Y que, ante la sentencia de primera instancia, caben sucesivos recursos ante el Tribunal Superior de Justicia de Navarra y ante el Tribunal Supremo. Lo que procede ahora, en mi opinión, es un debate sereno y una reflexión profunda acerca de las causas y remedios del machismo residual criminal. Y no tomar como chivo expiatorio al Poder Judicial, que sigue siendo un pilar clave de nuestra democracia.

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