Isidoro

Quienes hablan a cada rato de la memoria deberían conocer algo de la historia que no aparece en su catecismo

Como los de Luis de Granada o el de León, quizá el fraile más lúcido que ha dado la cristiandad, el de la arrojada hermana Juana Inés de la Cruz -justamente reivindicada como precursora de la emancipación en las tierras novohispanas- o, por ceñirnos a los santos, los muy altos de Juan de Yepes o Teresa de Ávila, el nombre de Isidoro Hispalense ocupa en la literatura -y en su caso también en la historia o la filosofía- un lugar que trasciende su pertenencia a la Iglesia sin que esta, por supuesto, deba ser disculpada como algo vergonzante. Digamos que los fieles los veneran -además- por sus cualidades espirituales, pero sólo a esos "hombres necios" de los que hablaba sor Juana, que como la audaz Teresa no era de las que se resignaban a servir y callar, se les ocurriría despreciarlos por su significación añadida para la comunidad católica.

Hace poco nos comentaba un poeta amigo, levantino como Isidoro, su fascinación por las Etimologías, la magna obra que los estudiosos han considerado como la primera enciclopedia universal, basada en el acopio sistemático que seguirían los ilustrados y gracias a la cual se conservó y transmitió -pues el compilador tuvo acceso a textos luego desaparecidos- buena parte de la entonces declinante cultura grecolatina, difundida más allá de los límites espaciales o temporales de la España visigoda. Puente entre dos edades, como lo calificara el Dante, que elogió su sabiduría y su "espíritu ardiente", Isidoro proyectó un influjo directo durante siglos y es el más claro precedente de la mentalidad renacentista, que encontraría nuevas encarnaciones durante la época dorada de Al Ándalus -también los eruditos islámicos recogieron sus enseñanzas- cuando la península, antes de caer en manos de los rigoristas norteafricanos, se convirtió en un tempranísimo foco de irradiación del humanismo.

El latín de Isidoro, como el griego o el hebreo que también dominaba, fueron, junto al árabe clásico, los vehículos para la continuidad de los fundamentos de la civilización europea, muy anterior al cristianismo pero ya inseparable del aporte de las religiones del Libro. Es verdad que muchos católicos, incluidos los que se hacen notar como profetas del apocalipsis, tienen una idea más bien vaga de estas cuestiones, pero extender, como hacen los indocumentados, los prejuicios anticlericales al ámbito de la cultura revela no sólo ignorancia, sino una actitud mezquina e irrazonable, por no decir fanática. Quienes hablan a cada rato de la memoria deberían dedicar algo de tiempo a conocer la historia que no aparece en su catecismo.

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