Interferencias impuestas

En estos días, se olvida que en las ciudades hay diferentes intereses y sensibilidades

Este año han aumentado los artículos de opinión sobre la Semana Santa que no se limitan a lo religioso o que han dejado de ser panegíricos de supuestas emociones que brotan de creencias concretas o de tal o cual imagen. Y la razón es diáfana: esta celebración se ha ido convirtiendo en un fenómeno de masas con un gran poder de convocatoria, mucho mayor que el de otras épocas. Obviamente, no son los tiempos en los que los costaleros cobraban, habitualmente personas necesitadas económicamente, que después de sus duros trabajos, se metían debajo de los pasos para llevar a sus casas algún pequeño extra con el que paliar sus vidas radicalmente austeras o humildes. Como es lógico, al participar tanta gente se vuelve difícil el control y más cuando cada cual se toma esta celebración a su buen entender -hay, por ejemplo, quienes se declaran ateos y, a la vez, cofrades, lo que escandaliza a unos y ven como muy saludable otros-. A la vista de esta proyección social, casi todos los alcaldes desisten como mediadores, ceden en todo y se suben al carro declarándose más semanasanteros que nadie; recurriendo, cuando alguien expresa alguna crítica, al argumento del hecho cultural o al de pueblo que en mayoría quiere conservar una determinada tradición, aunque tal presunción no haya sido refrendada. De esto no se escapan ni los de derecha ni, quizás menos, los de izquierda. Para colmo, existen los que están todo el año accediendo sin rechistar a las peticiones del sector involucrado porque les va la marcha. ¿Algún problema al respecto? En principio, no. Pero sí surge cuando se subyuga todo lo demás a esta celebración o a todo lo que la circunda, olvidándose de que en las ciudades hay otros intereses y diferentes sensibilidades, como que no a todo el mundo le gusta la Semana Santa; que hay negocios que ven sus puertas, prácticamente, bloqueadas porque se han instalado palcos; que se impide la libre circulación de peatones y vehículos por calles desde muy pronto -hasta para los residentes de las zonas acotadas-; que el ruido y la música trastocan el sueño de quienes al día siguiente han de trabajar; o, muy importante, que la seguridad se ve mermada sustancialmente -este año, por ejemplo, una ambulancia estuvo sin poder girar una calle y sin poder avanzar- como si determinados accidentes o patologías pudieran esperar. Más vale que se cuiden estos aspectos porque puede acabarse con muchos que la rechacen. Las interferencias impuestas en lo cotidiano provocan mucha oposición.

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