El escenario político español no puede resultar más controvertido y endiablado. ¿Es esto lo que podríamos esperar tras cuarenta años de vida democrática en España? Si te paras a pensarlo, y es inevitable incurrir en ello, uno duda si ha merecido la pena. De todas formas uno tiende más a la decepción y el desencanto que a la esperanza y el optimismo. Indudablemente es el resultado de que en algo o en mucho nos hemos equivocado y que muchas cosas, como hemos escrito tantas veces, se nos han ido de las manos. Y pluralizo absolutamente porque todos somos responsables de lo que hemos votado, de lo que hemos elegido para regir este país. Es desolador, es irritante, contemplar ciertos aspectos de una realidad deplorable. Y nos desespera, nos aburre de una manera insoportable, considerar la infausta realidad que en Cataluña ha generado este nacionalismo supremacista que divide siniestramente a una sociedad y exaspera hasta la consternación y el desaliento al resto del país. Un liderazgo moral y un liderazgo político convincente y resolutivo, que no han querido enfrentarse con todas las consecuencias al nacionalismo, se han echado de menos en estos años, lo que ha permitido el montaje de una maquinaria separatista que ha operado con la mayor impunidad, arrebatando al poder legítimo y constitucional en muchos casos la iniciativa mediática y política. Y hemos llegado tan lejos en esta angustiosa e inaguantable pesadilla que hemos tenido que contemplar las vergonzosas imágenes de la investidura de este obseso supremacista, Quim Torra, el espantajo del huido Puigdemont, cuyo perfil ideológico y objetivos políticos son terriblemente amenazadores. Ha escrito, entre otras tantas burradas, sobre nosotros los españoles que somos "bestias carroñeras, víboras, hienas con una tara en el ADN" o que quiere "un presidente de la república catalana intransigente, paramilitar y feroz". Torras no es más que el clásico exponente de un amplio grupo de independentistas de dudosa intelectualidad, que hábilmente instalados y subvencionados han urdido durante décadas esta conspiración nacionalista despreciando siempre al resto de los españoles.

En la demostración más agresiva y provocadora de la máxima transgresión del marco constitucional osa colocar en su gobierno a presos y fugados tramando sus arteras maniobras de desconexión con la osada desvergüenza de quien traiciona la Constitución y el Estado de Derecho. Este cerril ultramontano y fanático nuevo presidente de la Generalidad, con sus delictivas amenazas, debiera recordar que quienes pagan su abultado sueldo somos los españoles que tanto desprecia. Esta situación y estas acciones no pueden quedar impunes y no puede mirarse para otro lado. Téngase muy en cuenta el peligro que entrañan estos desafueros, que generan incertidumbre e inestabilidad política y económica y eso está por encima de las pretensiones de estos despreciables nacionalistas fanáticos y xenófobos.

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