Ignacio y su monopatín

Tenía el más hermoso arsenal posible, el aplomo, la resolución, en definitiva, el valor ante la desventaja

La tragedia inducida, el drama impuesto, el miedo sobrevenido y la incertidumbre permanente, se han instalado entre nosotros. La violencia terrorista, paso a paso, va cumpliendo sus objetivos y mientras nadie está libre de convertirse en víctima, la respuesta política es pusilánime, las declaraciones grandilocuentes se difuminan sin ejecutarse los contenidos de las mismas puesto que van más dirigidas a la mercadotecnia electoral que a los verdaderos intereses de los ciudadanos, auténticos sufridores del dilema seguridad - libertad y caldo de cultivo para ser candidatos a víctimas.

Somos ya, legítimamente y por sentido humanístico, expertos en materia de duelos. Emotivos, sinceros, cívicos… sin la más mínima esperanza de respuestas reales frente al problema. No soy pesimista, ni tan inconsciente como para negar las dificultades, pero el realismo dice que no hay uniformidad de criterios, ni gestión unificada, ni cauces de comunicación fluidos… prima el status político sobre la verdadera aceptación de que estamos en guerra.

Podría seguir. Sin embargo, mi negación de pesimismo aparente se sustenta gracias al dueño de un monopatín. Sí, ese joven, Ignacio Echevarría, nos debe liberar de atavismos medrosos. Su sacrificio, tiene que ser elemento de impulso social para enseñarnos que el compromiso con unos determinados valores en las relaciones humanas son capaces de generar valentía y heroicidad. Esa actuación, expresión máxima del ser valeroso que, en su generosidad, es capaz de ponerse en el lugar del otro, aparcando sus deseos e incluso instinto lógico de huida para atender a los deseos del otro que los necesita en ese momento, resulta ejemplar.

Esto es lo que hizo Ignacio. Su arma material fue el monopatín, pero, a pesar de su muerte, tenía el más hermoso arsenal posible, el aplomo, la resolución, en definitiva, el valor para afrontar un enorme riesgo en clara desventaja, lo que sólo es posible cuando las convicciones son firmes.

Sí, alguien dirá que las convicciones y valores pueden encorsetar la libertad personal y es mejor la actuación coyuntural que no menoscaba esa libertad. Interesante debate, pero los seguidores de esta teoría no están exentos de convertirse en víctimas en un concierto, una discoteca, arrollados por un vehículo o con traidoras puñaladas por la espalda.

Así pues, descanse en la paz que defendió Ignacio, y enseñe a San Pedro sus habilidades con el monopatín que junto con él alcanzaron la eternidad.

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