RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

Ibarretxe y democracia

IBARRETXE es su gesto de impotencia, de eterna contrición contra sí mismo. Ibarretxe, con su mentón lechoso, de cristal, agacha la cabeza cuando habla con cierta propensión de buen sumiso, como si hubiera otros en su espalda metiéndole los dedos en las vértebras, sosteniendo su blandura cervical, esa anatomía lánguida y sin nervio, y ajustaran de firme su mandíbula. La mandíbula de Ibarretxe, como su fisonomía entera, es entonces sumisa por pasiva, y ansía que otras manos más nervudas entren en su cuerpo y lo dominen, como una marioneta quizá sin osamenta, desvalida y volátil, que ahora necesita un andamiaje interior, una sustancia, que es también política y moral.

Ibarretxe, por dentro, está vacío. Ibarretxe es una goma usada y desvaída, oscilante como un muelle orondo y contenido, de esos que levantan la cara de un payaso dentro de una caja con sorpresa. Ibarretxe, si saliera de una caja, con esa expresión blanca de flexo almidonado por la nieve, de pergamino henchido de humedad, con su mirada caída, como todo su cuerpo está caído, no nos daría una sorpresa y tampoco un susto, pero nos daría dentera. El discurso de Ibarretxe da dentera, y además se haya vacío de moral. Se le llena la boca, esa línea fina impenetrable, apenas dibujada entre sus labios de papel de fumar, nombrando la palabra democracia. Democracia, como libertad y derecho, son palabras viciadas en boca de Ibarretxe, desprenden un hedor de mierda negra, se nos pegan a la suela del zapato con una precisión de mojón blando; democracia, como libertad y derecho, no son expresiones musculares, plenas de potencia medular, sino que tienen rostro de meretriz sifilítica podrida por la absenta.

Es como sin en labios de Ibarretxe toda dignidad se emponzoñara, se llenara de pus, se hiciera infecta, porque ninguna ponzoña, como ninguna pus, ni ninguna infección puede enfermarnos tanto como su exigencia encalada de democracia para Euskadi, culpando de su dique inmemorial a Zapatero y Rajoy, mientras un hombre de 81 años llamado Jesús Guibert Azkue, empresario vasco, es detenido por la Guardia Civil para declarar por el presunto pago del impuesto revolucionario a ETA. Ibarretxe pide democracia para Euskadi y defiende su referéndum, pero mientras la banda terrorista va labrando su propio referéndum, que es la vibración violenta de las ramas para que luego Ibarretxe, y los que son como él, puedan recoger los frutos a la manera Arzallus. Guibert ha vivido el chantaje, la indefensión y el miedo más voraz, el que narró extraordinariamente Raúl Guerra Garrido en La carta. Hay que enviarle a Ibarretxe esta novela, que comienza con la exigencia del pago del impuesto revolucionario a un hombre el día de su 50 cumpleaños, para hacerle entender qué es la democracia, quién la sabotea diariamente, y quién se beneficia de verdad de esta mafia oscura y vascongada.

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