Santiago Gamero / Escritor

Historia de una gota de agua en primavera

Ardo por contaros una historia extraña, llena de prodigios y acontecimientos. Es digna de estudio en la hidrometría. Tierna todavía por recién nacida, pero muy hermosa. La engendré pulsando en el mismo magma de mi pensamiento. Fue un domingo azul. Me envolvieron grandes deseos de escribir. Tiene que ser algo que sea singular, me dije muy serio.

Tomaría la pluma y, desde el balcón del almendro alto -que por ser ya marzo relucían en él las canas de Dios- el papel de nieve de un blanco impoluto mezclado del sol nuevo de la primavera.

(En las canas de Dios sobre el almendro, un gorrión lleva piando cinco días. No está dando un concierto sino anunciando el nacimiento exacto de cada flor. Lo suyo no es cantar, por eso pía, pero tuvo el acierto de aclararse la voz con una gota de agua.)

Papel, pluma y autor conformamos un trío cuasi perfecto. A veces somos uno y otras, multitud. Un poco al modo de los tres mosqueteros y hermanos de los originarios de Fuente Obejuna: somos todos a una. Aglutinamos vida de carreras y afanes y apretados pasajes de toda convivencia.

En esta situación, con la pluma en la mano frente al papel, me ha parecido oír un toc toc a la puerta de mi despacho. Tan suave y controlado que lo creí irreal. He respondido abriendo con tanta sutileza como he podido aunar en el instante. Y me he quedado inmóvil y hasta alelado al comprobar que no había nada ni nadie que me hubiese llamado. Bueno, verán: no se si se trató de un espejismo que, un poco alucinado comprobaría que en el umbral había una gota de agua. Así es que en ese pronto tuve una visión clara, no sé si con razón, que había llamado ella con levedad de pez.

Y aquí está pues: os presento a esta gota de agua que ha osado visitarme. Me pareció entender en sigilosos balbuceos que se llama Rocío. Os cuento:

Érase una vez una gota de agua, que siempre viajaba y nunca paraba. Y si a alguna puerta osaba llamar, era bienvenida. Todos la querían y hasta la adulaban, porque hacía pensar que era un poco maga ante los periplos de transformaciones que nos exhibía.

Se mostraba humilde y se sonrojaba si alguien la miraba. Pero si adulaban su poder de hechizo, conjuro o encanto, no cabía en su gota de tan orgullosa.

Cuando estaba en Huelva, se echaba a la mar y elegía una ola para cabalgar. Buceaba y nadaba de aquí para allá y a la misma playa se iba a descansar. Y ya, relajada, seguía siendo gota, esta vez salada.

Se asombraría una vez al contemplar a aquella margarita que lloraba su pena por ser romero, para ir con la Virgen en el sombrero. Y le surgió la idea: como era maga, habló con la Señora y -sin ser persona- se llamó y fue Rocío, besó al romero y a la Blanca Paloma desde el sombrero. Y hasta la margarita le tuvo celos si el sol le hacía el amor en el pañuelo.

También estuvo en el peine que la luna utilizara al peinarse en los espejos del río de madrugada. Y antes que llegara la alegre mañana se afianzaba al capote torero que traía el alba. Con unas chicuelinas pintaba el sol y al tercer molinete aparecía el toro de amapolas y aceitunas que en secreto sabemos que estaba enamorado de la luna.

Llegó a ser lupa, y, entre líneas leyó la realidad de la prensa que nunca lograría informar al lector como debía.

A veces fue una gota de sudor, amiga de aquel trabajador que el horario más grande soportaba, jornada tras jornada, para poder vivir con dignidad en el cruel mundo de la desigualdad.

Su experiencia llegó hasta el sentimiento de la mujer y el hombre descontentos, y, en un vaso de vino o agua se diluía; se dejaba beber y aparecía en los ojos de alguno de los dos, después de haber vivido en su interior los desamores, no dejaba de estar desconsolada apareciendo, una vez más, salada.

Y la gota de agua, efímera, que no era casi nada, viaja que te viaja, nunca paraba. Y siempre que acababa los viajes, empezaba de nuevo el reciclaje: Aparecía de nube, se convertía en lluvia, charco, lago, ribera, río…, y llegaba de nuevo el desafío.

Hasta alcanzar el mar, se subía a los veleros, realizaba plegarias mirando al cielo y tenía el virtuosismo de afianzarse a los labios de los versos y besos y los te quiero en flores como la buganvilla.

Y llegó a ser poema, cuando estuvo en los labios del poeta.

Pero, como era maga, jamás nos reveló -y era un poco mentir por omisión- que sus viajes siempre terminaban de ojos de su ama en la almohada, que resultó ser, de una linda mujer que llora por amar y ser amada en tiempos de su vida alguna vez.

Y ya, nada más os podría contar. Tan sólo es la memoria de una gota de agua escrita en primavera para la historia.

…Casi me imagino que lo sospecharán, que estoy enamorado de mi gota de agua. Es cierto. Y en nuestra intimidad me faltan las palabras para nombrarla. La iba a llamar jazmín, jacaranda, azucena, por las trompetas chicas que representan. Por su olor o hermosura: magnolia o albahaca, acacia o yerbabuena; lirio, petunia, e incluso margarita o copo de mimosa o nardo a secas, pero prefiero llamarle lo más sencillo, su nombre, que es Rocío, porque cuando la nombro tengo presente que el rocío siempre está haciéndose besar por cada flor en todas las mañanas.

¡Pss pss! Sorprendido me ha quedado en instantes: tímida y sigilosa me ha contado al oído que…, os desea una primavera de fresas, toda mañana de limones y eucaliptos, teniendo por delante el aire de la nada con hierbaluisa, pero siempre que os sobre la alegría del clavel, trabajo de canela, cada día con sus ramas de madreselva de ilusiones azules y un puñado muy lleno de la vitalidad del clavo y la mostaza, que es el mismo alma de la primavera preñada en cada pétalo de flor. Una estación, en fin, repleta de violetas y golondrinas y una rana que baile de nenúfar en nenúfar risueña y deferente sin atribulaciones.

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