al punto

Juan Ojeda

El Guerrero del antifaz

QUE conste que no le llamo a Javier Guerrero, el rey del ERE, guerrero del antifaz, por unir su apellido a esas gafas negras de las que hace gala cuando va a declarar, que le dan un aire como de hortera de mercadillo con pelillos de gambas en las comisuras de la boca. No, no es por eso, sino porque ha cogido en sus manos el espadón de la justicia, él, que es un justiciable, para arremeter, y es comprensible, en una actitud vindicativa contra el ejército de moros al que ahora se enfrenta, y que antes fueron sus jefes y amigos, y en algunos casos, compañeros de marcha, porque todo se sabe.

Así que nuestro guerrero del antifaz, en presencia de la juez Alaya, que ella sí que es guerrera, él solito, con la ayuda de su memoria, está abriendo una brecha de incalculables proporciones en el flanco de lo que, hasta no hace mucho, se consideraba una muralla inexpugnable.

Por supuesto, que lo que diga un personaje de estas características, probablemente afectado todavía de sus pasados y excesivos efluvios, debe ser puesto en razonable duda y ser escuchado con los reparos oportunos porque, quien no tiene nada que perder y se siente traicionado por los que creía que eran los suyos, puede mezclar realidad con imaginación para que sus ataques vengativos causen el mayor daño posible. Pero siendo esto cierto, lo que se desprende de lo que vamos conociendo es que ese Javier Guerrero que ahora se nos aparece no tenía, ni de lejos, capacidad para idear el montaje de los ERE que ahora se investiga.

Él pudo hacer lo que hizo, durante tantos años, y a la vista de todos -lo de la mesa reservada a diario en una marisquería de Nervión lo sabía media Sevilla- sin que uno, o varios, por encima de él , en el escalafón administrativo o en la pirámide política, hicieran la vista gorda, en la más benigna de las interpretaciones, o que, pensando mal, le dejaran hacer, sabiendo lo que hacía, porque les convenía a sus intereses personales, familiares o políticos, o a todos a la vez. Guerrero actuó porque la ruptura de las garantías de los procedimientos administrativos se lo permitió. O sea, que le quitaron los controles. Y es lógico que quien tenía facultades para conseguir que esos controles desaparecieran, en el momento que eso ocurrió, no era alguien de las características personales, políticas y administrativas de Javier Guerrero. Por supuesto que él se aprovechó, en su beneficio y en el de otros. Pero la idea y la decisión de saltarse las reglas no pudo ser suya en origen, porque si lo hubiera hecho, le habrían pedido cuentas mucho antes. Por eso ahora, nuestro amigo Javier, que antes era un soldadito listillo se ha convertido en el guerrero del antifaz.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios