¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Grande Secano

El Patronato de la Alhambra ha recuperado Grande Secano, una mazmorra-silo en los subsuelos del palacio nazarí

Una de las piezas más conocidas de nuestro romancero viejo es aquella en el que un quejumbroso prisionero maldice al ballestero que ha dado muerte a la "avecilla" que le cantaba "el albor". Lo usamos continuamente, sobre todo cuando nos alcanzan las avanzadillas de la canícula y recitamos entre dientes : "Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos se encañan/ y están los campos en flor". Pocas fotografías, por mucha calidad técnica que tengan, pueden evocarnos de una manera tan automática y concreta ese momento en el que la primavera ya empieza a ser verano y sentimos en la Península los primeros sofocos del año. El romancero tradicional sigue más vivo de lo que podríamos suponer, como bien sabe el profesor Pedro Piñero, cazador avezado de romances que se ha pateado toda la geografía andaluza rastreando estas piezas de origen medieval que, en nuestros pueblos, suelen ser conocidas como "canciones de mujeres", por ser las féminas las que las han conservado como manera de amenizar los afanes diarios.

La repentina perorata sobre los romances nos la ha provocado la lectura de una noticia firmada por M. Valverde en la que se nos cuenta que el Patronato de la Alhambra ha recuperado Grande Secano, una mazmorra-silo (no sabemos bien si esto es una redundancia o un oxímoron) que servía para guardar cosechas o desdichados cautivos, como el protagonista de nuestro romance: "Sino yo triste y cuitado,/ que vivo en esta prisión/ que ni sé cuándo es de día/ ni cuándo las noches son". Fue ver la impresionante fotografía que acompañaba la noticia, firmada por Álex Cámara, y acudir a nuestra mente los lamentos y llantos del prisionero. Sobre todo, comprendimos que dicha obra no es un mero jugueteo lírico, sino que refleja con sorprendente acierto y economía de medios algo muy concreto y real. Tuvieron que ser muchos los que, desde aquel tenebroso subsuelo de la Alhambra, lanzaron al aire sus desgarradores suspiros y, quizás, sólo tuvieron como consuelo algún trino de calandria o tordico o ruiseñor.

Desde el romancero hasta el Conde de Montecristo o Papillon, pasando por los barbudos colgantes de Forges, los cautivos siempre han excitado la mente de los sapiens, quizás porque no hay nada tan morboso como la desdicha y la desesperanza. Lo sabía el autor el autor del Romance del prisionero y lo saben, también, los miembros del Patronato de la Alhambra que han decidido abrir Grande Secano.

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