Visiones desde el Sur

Glande ibérico

Hay demasiada arrogancia, demasiada exposición de músculos en los nuevos gobernantes

A style="text-transform:uppercase">ndo hace varios días con un glande ibérico entre las manos. Me gusta tocarlo, acariciarlo, como buscando su peligrosidad intrínseca, reconociendo sus rugosidades como venas dilatadas por no se sabe qué misterio de sangre oculta, a punto de reventar, de explosionar matando.

Toco mi glande desde que se conocieron los resultados de las elecciones en los Estados Unidos de América. Prefiero manosearlo a aceptar lo que se nos viene encima como un huracán incontrolable, fuera de toda cordura: los insensatos posicionamientos de EEUU, China, Rusia, Inglaterra y la mermada UE.

Todo un negocio para la industria armamentística, sin duda: un nuevo reparto geoestratégico del mundo, eso es lo que viene.

Llevo mi arma en el bolsillo. De vez en cuando paso las yemas de los dedos sobre él y siento la suave textura de su constitución, su enorme peso, sus afiladas puntas y su antigüedad, que rozará al menos 2.500 años.

Me pregunto si con él se llegó a matar a alguna persona o a muchas, porque imagino que las tales balas eran reutilizables. ¡Seguro que sí, que llegó a matar a alguien!

Estos glandes eran lanzados con hondas buscando las cabezas de los enemigos. Están hechos de plomo, aunque las inclemencias del tiempo le han proporcionado el color y la constitución de las piedras.

En el interior de Andalucía se han producido infinidad de batallas. La levedad de la memoria nos hace recordar sólo las más recientes pero este vestigio del belicismo del pretérito me hace pensar en lo transitorio de la vida y en el tiempo perdido, en la cantidad de asuntos baladíes en los que nos enredamos olvidando que la bala, el glande asignado a cada uno puede venir en cualquier instante.

Aunque no queramos, llegará de una u otra forma. Vendrá cuando corresponda. No me gusta nada la hechura del nuevo tejido con que se está vistiendo el mundo en este año que estrenamos. Hay demasiada arrogancia, demasiada exposición de músculos en los nuevos gobernantes, como si los arcos que hayan de dispararse se estuvieran tensando, preparándose para proyectar la muerte sobre nosotros, para matar a millones de inocentes, como… si estuviéramos al borde de una tercera gran guerra, como si fuera necesaria por algo que se me escapa.

Yo, mientras balbuceo esto, sigo tocando el glande, pensando incluso en la posibilidad de no matar a nadie con él sino de utilizarlo para quitarme de en medio, para salirme de una puñetera vez de este mercantilista y malicioso mundo.

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