En la mítica Tartesos, al mondogo real le dio por cepillarse a su hija (ya empezamos) y a desnortar al fruto del incesto, Habis, que evitando las trampas de papá y viviendo al relente, llegó a ser rescatado del hambre y la miseria para heredar el reino y dejar en herencia unos cuantos legajos en verso y un primoroso arao (vaya regalo).

De esta guisa, dan parte nuestros antecedentes ,y desde entonces, lloramos sus honras con amargos sollozos y un memorial de tolos y menhires que bien podrían haber dejado alguna calderilla a tanto descendiente canino y ahíto de unas cuantas trocones de plata y pedruscos de oro, ya que in sepulto, sólo quedan los restos mortuorios de ajuares y un escalofriante mensaje: si esperas encontrar algo de pasta más vale que te sientes y esperes, forastero.

Así pasan los siglos, terciario, cuaternario, los bronces y metales, el hierro, y van abriendo paso los pueblos hasta nuestras fronteras en busca de ricos minerales y otros emolumentos gastronómicos, desde el trigal al vino y el garum. Y es la naturaleza quien nos da para comer y protege a los túrdulos, turdetanos, fenicios... árabes y romanos, saciando su despensa y albergando en sus manos un largo y cálido verano, cosa que con el tiempo hemos demeritado con machaconería hasta alcanzar ese furgón de cola vergonzante y mezquino, porque esta Andalucía del trinque y el quejío se sabe remolona con esa pesadumbre "estatuaria", cosa que nuestro rey tartésico no hubiera consentido, dado que sus graneros y tesoros eran tan abundantes como el sol y la lluvia.

El problema es ahora volver a aquella fuente de abundancia y no quedarnos tiesos, con los lunes al sol en la barriga, espectadores de un negro porvenir y largo trago de ansiolíticos.

Mientras tanto, filósofos ancestrales y predicandos del séptimo cielo, han decidido recurrir a la ascendente Guía Figueroa, precursor del karma espirituoso, ambientado en el vaso-dilatador efluvio y quitapenas del alma, exaltador de gracias y venturas en un lagar de sueños donde la paz se alumbra a carcajadas y el tiempo se detiene gozoso.

Sus celebrados y populares versos que cantan Aleluyas, suponen un avance en la buqueda del éxtasis y la contemplación. He aquí una letrilla: Lanza al espacio la mano, y encuentra lo sospecha, el magué del africano, que cargaba a la derecha. Maravilloso bálsamo para curar entuertos.

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