Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Gafes, banderas

UNO de los aspectos colaterales más curiosos del campeonato europeo de fútbol, al margen de las reflexiones equívocas a costa el uso de la bandera española, del que hablaremos después, es el proceso, entre el sarcasmo y el desprecio, a que ha sido sometido el presidente del Gobierno a cuenta de si es o no un gafe. La pelota lleva rodando desde hace tiempo y se ve que tiene un público fiel. ¿Se acuerdan cuando el gafe era Luis Yáñez? Hace tres años Zapatero ya fue acusado por Rajoy de gafar, por partida cuádruple, a Fernando Alonso, a Kerry, a Schroeder y a Chirac. Si fuera una simple manifestación del sentido del humor sería excelente, pero no lo es. Todo eso de los gafes, la malafollá, los pecados capitales y demás determinaciones innatas son elementos característicos de un sentido del humor vidrioso que, en última instancia, pretende demostrar quiénes son los triunfadores congénitos en todos los casos y contra cualquier evidencia, incluida la de las urnas.

En el caso del campeonato de fútbol el asunto ha sido más singular aún, pues el propio Zapatero no ha dudado en defenderse: "Decir que soy gafe era una maldad, he tenido siempre suerte en mi vida", dijo el presidente del Gobierno con una candidez que sólo se puede atribuir a la borrachera del triunfo y que ha sido acogida con grandes risas entre los instigadores de semejantes majaderías.

Y ahora, la bandera. El uso masivo de la bandera de España demuestra la ambivalencia de los símbolos, su capacidad para mudar de significado aun manteniendo inamovibles los atributos, digamos, externos. Esa volubilidad significativa de los símbolos, sobre todo aquellos que en apariencia son inmutables, es lo que despierta las suspicacias a la hora de otorgarles un crédito indefinido y sólido. Las banderas españolas de la Plaza de Colón no tienen nada que ver con las que, a iniciativa del PP, sus votantes colgaron en los balcones la pasada legislatura; ni con las que algunos exhiben en la correa en su reloj. Cambia la intención y, por extensión, el significado.

No puede evocar lo mismo la enseña que se usa en las paradas militares que la que se utilizó el domingo como banderín de enganche para escalar las fuentes públicas en media España. Es una uniformidad equívoca. Bajo una apariencia común se confunden todos los sentimientos. El otro día un partido minoritario de ultraderecha convocó a los españoles a manifestar su repulsa al Gobierno y, por contra, su amor a la España invicta de los Reyes Católicos ¡en la Plaza de Colón, después de la final de la Eurocopa! Chesterton escribió que el mejor sitio para esconder una aguja no era, como se suele creer, un pajar, sino un montón de agujas.

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