Si a los meses del año hubiera que darles un calificativo o un sobrenombre que marcara su sentido de realidad en nosotros, para noviembre no encuentro otro que el de la eternidad.

Por tradición religiosa y popular, cuando las luces de la alegría de una fiesta como es la de Todos de los Santos, se marchitan en ese tenue velo de lo misterioso, de lo incomprendido, una lúgubre campana nos deja oír el tañido lastimero de una conmemoración que cada día 2 de este mes nos trae el recuerdo del Día de los Difuntos.

Es curioso que desde siempre, la muerte asusta, impone, da que pensar en ese más allá indescifrable que se nos presenta como el paso más desconocido para la mente humana.

Me apena pensar en esas personas que detrás de la muerte no ven nada. La grandeza del hombre, del ser humano, de su origen, es tan grandiosa, que un centenar de años, cuando más, no pueden acabar con ella.

Si vemos al ser humano como un todo de materia y de espíritu, comprenderemos que la materia es frágil y desaparece, pero el espíritu, el ánima, es inmensa y eterna.

Ya lo dijo el poeta, que la vida son los ríos que van a parar al mar, que es el morir. Pero ese mar es la eternidad de Dios. Es la casa donde todos los creyentes saben que se unirán al Padre, para comenzar esa otra vida que aquí no alcanzamos a calibrar en todas sus dimensiones, como no sea dentro de la fe, saber que en ella está la luz de gozar de la presencia del Sumo Hacedor.

En los tiempos actuales el tema de la muerte se toma a veces de forma que raya en una carencia de respeto, en una falta educacional para algo tan importante y definitivo en la vida del hombre.

Jugar con algo tan sagrado es inaudito y si encima sirve para disfrazarse, maquillarse con la cara de los sin vida, etcétera, me parece abominable.

Hace unos días estuve en un bello y cuidado cementerio rescatando los restos de familiares con más de dos y tres siglos. Volverlos a ver en su nuevo estado fue un acto de meditación, que me unió más a esa vida eterna en la fe de mis creencias cristianas. Hoy, los cementerios se llenaran de flores, de lágrimas, en esta nueva conmemoración. Prefiero las oraciones, los sufragios, los recuerdos. Así estaremos más cerca de quienes nos marcan un camino que a veces olvidamos.

Los restos, las cenizas, se volatilizan. El amor a nuestros seres queridos ausentes en la eternidad, son lazos que nos unen en la alegría de una nueva vida, en la eternidad, compartida en la presencia de Dios. Así sea.

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