¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

Esquilache

GRACIAS al ciclo Historia de nuestro cine que emite La 2 (no todo está perdido en la televisión) vemos la película Esquilache, dirigida por Josefina Molina y basada en la obra de Buero Vallejo Un soñador para el pueblo. A riesgo de recibir los pitos de los amigos críticos de cine, nos atreveremos a decir que nos gustaron las interpretaciones de Fernando Fernán Gómez, como un torturado Marqués de Esquilache que carga sobre sus hombros el odio de toda una nación y, sobre todo, la de Amparo Rivelles en su pequeño papel de Isabel de Farnesio, altiva reina madre que le hace ver al siciliano su insignificancia ante el recio árbol del linaje de los Borbón.

La fecha del estreno de la película, 1988, no es casualidad. Ese año se cumplió el segundo centenario de la muerte de Carlos III, el monarca español ilustrado por excelencia, y a los intelectuales orgánicos del momento no se les escapó que se podía trazar un paralelismo entre aquel reinado modernizador y el del pujante Juan Carlos I, entonces en plena sintonía con un Felipe González que ya había puesto en marcha reformas de histórico calado. El Gobierno socialista, con el Ministerio de Cultura a la cabeza, no escatimó recursos en organizar exposiciones, publicaciones y congresos con los que reivindicar la figura de Carolus III rex (hay que tener en cuenta que aquel PSOE no tenía los complejos izquierdistas de los que ahora hace gala). El tándem Carlos III-Esquilache se presentó, pues, como el primer y fallido intento de lo que luego sería el dúo formado por Juan Carlos I-Felipe. Es decir, la unión entre la tradición monárquica y el progresismo de raíz republicana, de la España de las luces con la nueva savia que miraba con confianza hacia Europa. Aunque todo ese sueño fue oxidado por la corrupción -el agente corrosivo siempre presente en nuestra política- y la crisis económica, lo cierto es que los buenos resultados están ahí para quien los quiera ver.

El Esquilache de Buero Vallejo y Josefina Molina tiene una carga pesimista. El ministro siciliano terminó desterrado, víctima de sus reformas y de las conspiraciones de la corte, insultado por un populacho pagado y azuzado por la nobleza y el clero. Sin embargo, hay un matiz final que deja un resquicio para la esperanza: la imagen de Fernanda, la criada, escapando del hedor del Palacio de Oriente, esquivando al chulapón que pretende quebrarle la pata, caminado sola y erguida hacia un futuro incierto pero emancipador. Desde la ventana la observa el Marqués de Esquilache con amor de viejo, consciente de que su tiempo ya pasó, pero consciente también de que el árbol reverdecerá.

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