Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Espectáculo

El juicio de los ERE defrauda expectativas mientras el no máster de Cristina Cifuentes da mucho que hablar

Anda estos días la derecha más montaraz, agazapada en columnas de opinión y tertulias radiofónicas, preocupada por la escasa repercusión que está arrojando el juicio de los ERE, que estaba llamado a convertirse en un espectáculo de fuegos artificiales destinado a que refulgiera la maldad de los socialistas andaluces. La verdad es que está transcurriendo con más pena que gloria. Las sesiones que se desarrollan en el vetusto edificio del Prado de San Sebastián son tediosas incluso para los más aficionados al género y difícilmente logran conquistar espacios de preeminencia en las primeras páginas o en la cabecera de los informativos. Y así será hasta el lejano noviembre, que es la fecha que los más optimistas dan para el visto para sentencia, salvo el pequeño paréntesis de la declaración en el estrado de Chaves y Griñán, prevista quizás para la próxima semana. Digan mucho o digan poco, que es lo más probable, los dos ex presidentes de la Junta darán al menos fotografías que llevarse a las portadas.

El tedio de las sesiones, mal que les pese a los que habían previsto que este caso se cargase tres décadas de gobierno socialista en Andalucía, tiene que ver, ni más ni menos, con lo que allí se discute: si un procedimiento administrativo destinado a ayudar a trabajadores de empresas en crisis y dotado de transferencias de financiación aprobadas cada año en la Ley de Presupuestos era legal o ilegal. Y, sobre todo, si constituye el mayor caso de corrupción de la historia de España.

El problema está, por tanto, en el abismo que separa las expectativas creadas de los resultados que arroja un juicio que se pierde en vericuetos técnicos y en los que unas declaraciones parecen calcadas de las anteriores. No hay sorpresas. Todo lo contrario de lo que ocurre con el enésimo caso que protagoniza el PP a cuenta del máster que no lo fue de Cristina Cifuentes, hasta antes de ayer uno de los valores en alza del partido y hoy una zombi política caída en el fondo de un precipicio. El caso es divertido por cutre. No es extraño que protagonice encendidos debates y se haya adueñado de las redes sociales. Más apasionante resulta aún si se juzga desde el convencimiento, que tiene todo el mundo, de que Cifuentes ha sido víctima del fuego amigo, de alguna forma hay que llamarlo, con el que se las gastan en el PP en general y mucho más en las mafias que han rondado por el partido en Madrid. Cifuentes le gana estos días el pulso mediático al insulso Antonio Fernández y al estrambótico Francisco Javier Guerrero. Y es que la sorpresa es uno de los alicientes que dan color a la vida.

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