Elogio del cómic

El cómic, además de servir de transición hacia la lectura adulta, alcanza valor por sí mismo

Puede parecer que existe un conflicto entre la lectura y otras formas de la cultura, que se decanta decididamente a favor de las audiovisuales, ya que las tecnologías modernas fomentan su implantación desde la niñez. El mayor esfuerzo que requiere la lectura de libros, antes de adquirir el hábito o la pasión en que este a menudo desemboca, supone una barrera que muchos no quieren o no pueden franquear. Sin embargo, palabra e imagen caminan unidas para hacer posible la relación social, la conexión entre semejantes y con el mundo exterior. Creo que una de las mejores maneras de acceder a los infinitos mundos que la lectura posibilita a la infancia, es combinarla con las imágenes, más asequibles a los niños. El camino más natural sería pasar de los libros con predominio de las ilustraciones a los cómics que, a través de sus viñetas, narran historias reales o fantásticas que cautivan la atención del lector.

Se llamaban tebeos cuando yo era pequeño, como generalización del nombre de una publicación de gran éxito, el TBO, nacida hace justamente cien años. A mis padres no les gustaba mi afección a ellos, por pensar que me distraían de mis obligaciones escolares, hasta el punto de que, con frecuencia, el cuaderno que contenía las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín (hoy podrían ser Batman y Robin) o del Guerrero del Antifaz, un superhéroe cristiano que luchaba contra los sarracenos invasores, era colocado por mí debajo del libro que fingía estudiar, para ser hábilmente ocultado cuando asomaba por allí algún mayor. Otras veces lo escondía detrás del espejo del cuarto de baño, apoyado en su marco, para recuperarlo una vez cerrado el pestillo y conseguidos algunos de los pocos momentos de intimidad que la casa permitía.

Pero el cómic no es solo para niños. Además de servir de transición hacia la lectura adulta, alcanza valor por sí mismo. Para el que no sea aún aficionado, recomiendo dos clásicos de gran éxito publicados en la pasada década: uno español, Arrugas, del valenciano Paco Roca, una conmovedora historia en torno a la vejez y al mal de alzhéimer; y el autobiográfico Persépolis, de la iraní Marjane Satrapi, un documento imprescindible para entender la amenaza del radicalismo islámico. Después la afición es fácil cultivarla aproximándose a la Asociación 6 Viñetas, que cada año, desde hace once, organiza el magnífico Salón Internacional del Cómic de Huelva.

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