Hoy pensaba dejar esta columna en blanco. Sin una letra en el recuadro en que escribo todos los viernes. Como señal de protesta. Por la exclusiva reivindicación de la palabra como elemento imprescindible para que los seres humanos se entiendan y los pueblos progresen, a ser posible, en paz y libertad, cumpliendo las leyes que nos hemos dado y por supuesto respetando la separación de poderes, elemento vital en cualquier democracia que se precie.
Dejarla en blanco, decía, porque eso es lo mismo que hablar torticeramente: que es lo que están haciendo los señores Rajoy y Puigdemont: decir lo que no es, burlar al otro, esconder lo que se persigue, no dar pistas, engañar cuanto se pueda, hacer de trilero, de tahúr que dirige un juego, sin pensar que han dividido al pueblo de Cataluña por la mitad y lo están empobreciendo a marchas forzadas por un lado; y por el otro, basado en un miedo cerval a tomar decisiones, las que corresponden, las que marcan los jueces, no la fiscalía, no, los jueces, que es el tercer poder independiente de un Estado de derecho.
Pues nada, uno y otro siguen reduciendo la gravedad de la dramática realidad española; uno por acción (que se pasa las leyes por el arco del triunfo, a la vista está) y otro por temor, por desidia o porque está conformado de esa pasta y se acabó (porque se pasa el día mirando a las margaritas o vaya usted a saber). Y ahora, claro, se ve compelido en una burbuja tan explosiva que ni él mismo ni su Gobierno saben cómo meterle mano al pastel que ambos han cocinado.
Para mañana el Sr. Rajoy ha convocado un Consejo de Ministros extraordinario, donde se supone que iniciará la senda del artículo 155 de la Constitución, que, para colmo de males, no ha sido desarrollado reglamentariamente. Otro agujero, mire por dónde. Como si no hubiésemos tenido tiempo de hacerlo desde 1978.
Escuchar los informativos o leer la prensa, contrastar las opiniones de uno y de otro, es como recordar el sincretismo de Manes y reducir lo que vemos todos -como si la ciudadanía tuviera mal de idiocia- a una lucha entre el bien y el mal. Tú eres el malo y yo el bueno o a la inversa. Ese es todo el discurso y, lo que es peor, todo el debate. Pero… ¿en manos de quiénes estamos?
Bien, pues quien firma esta columna está hasta las mismas gónadas de las maniqueas cartitas que van y que vienen desde Barcelona hasta Madrid o viceversa, que tanto monta. El asunto está duro y jamás debimos llegar hasta aquí.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios