La tribuna

Juan A. Estrada

Diócesis y provincias

EL anuncio de un nuevo obispo para la diócesis de Guadix, en Granada pone fin, por ahora, a los planes de unificar diócesis para que éstas coincidan con las provincias. Hay varias provincias en España que tienen varias diócesis y obispos. Se trataría, si se realizara, de hacer converger la administración civil y la eclesiástica. Sería parte del intento de modernizar la Iglesia española y de concentrar recursos en una fase de claro decrecimiento y envejecimiento del clero. Potenciaría también la tendencia de la población a concentrarse en las urbes más grandes, que son los centros de poder de la administración y servicios.

Habría que tener en cuenta, sin embargo, los factores negativos que conlleva la equiparación de ambas desde la perspectiva de la Iglesia, que sería la más importante, y de la sociedad civil. El Concilio Vaticano II intentó promover a la Iglesia como comunidad (LG 2) y anteponerla a la Iglesia institucional. Históricamente, la Iglesia se ha convertido en el clero, en el contexto de una sociedad de cristiandad. La nueva situación de secularización, en que una parte de la población ha dejado el catolicismo, favorecería una recuperación de la Iglesia como pueblo de Dios, hasta ahora muy limitada por el peso de la Iglesia como jerarquía.

Para que crezca la comunidad hace falta que ésta no sea demasiado grande, para favorecer el contacto entre el obispo, los sacerdotes y el pueblo. Una gran iglesia obliga a que el obispo sea más administrador y gerente, que pastor; y dificulta sus relaciones personales con el presbiterio, con las comunidades parroquiales y los demás estamentos de la diócesis (las asociaciones de laicos y los religiosos). La gran diócesis facilita el aislamiento del obispo y de su curia del resto de la comunidad cristiana. Por eso, la mayoría del pueblo nunca ha tenido contacto con el obispo y éste dedica gran parte de su actividad a la burocracia administrativa.

Como compromiso, se puede optar por multiplicar los obispos auxiliares. Pero desde hace siglos se cuestiona este modelo de obispos, titulares de diócesis ficticias que dejaron de existir, y que, de hecho, actúan como vicarios. Son obispos, sin actuar plenamente como tales, que esperan a ser trasladados a otras diócesis reales y sólo provisionalmente residen en la diócesis en la que actúan. Multiplicar a los obispos favorecería también la pluralidad y que éstos perdieran la pompa y dignidad mundana que han adquirido durante siglos.

Las diócesis modernas sólo se parecen a las de la Iglesia antigua en el nombre y fácticamente hacen inviable que la Iglesia diocesana sea una comunidad personalizada. En España, el número de diócesis (70, contando la castrense) es pequeño. En otros países hay concentración de las pequeñas, como en Italia, pero cuenta con 214 diócesis para una extensión geográfica poco más de la mitad de la española, con una población de 60 millones.

Si en la sociedad civil, se da una colonización de la vida por las instituciones, magníficamente realzadas por Kafka, en la Iglesia se impone el peso de la burocracia institucional y no hay espacio para el protagonismo de las comunidades y de las asociaciones de fieles. Cuanto más grande es la diócesis mayor es el peso institucional y del clero, y la comunidad apenas tiene peso en las decisiones que conciernen a su vida. El cura depende del obispo en todos los aspectos y casi en nada de los fieles.

Por eso habría que potenciar los obispados y diócesis pequeñas y promover estructuras interdiocesanas de cooperación. Además, la pérdida de relevancia de poblaciones rurales en favor de la gran urbe facilita el centralismo y la concentración de riquezas en la capital. La España de las provincias se hizo a costa de las comarcas, que respondían mucho mejor a la realidad humana y social existente. Adecuar lo eclesiástico a lo civil implica favorecer el centralismo del poder y la administración, a costa las poblaciones que no viven en la capital. De facto, se optaría por potenciar la institucionalidad, relegando a segundo plano los deseos e intereses de las comunidades.

En este marco, no hay duda que la Iglesia seguiría siendo equivalente al clero, mientras que los laicos y sus comunidades continuarían sin tener el protagonismo que quiso darles el Concilio Vaticano II.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios