Papá, mamá... espero que algún día podáis odiarme un poquito menos. Yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir", escribió Diego a sus 11 años antes de saltar por la ventana de su casa de Madrid. "En el instituto Ingeniero de la Cierva no tenía a nadie. Sólo me hablaban para insultarme. Empecé a odiarme a mí misma", dejó manuscrito Lucía, 13 años, días antes de ahorcarse. "Estoy cansada de vivir", tecleó a sus amigas por teléfono otra chica de 16 años antes de quitarse la vida en Madrid.

Esta semana han vuelto a las aulas los escolares y en tan solo 24 horas ya conocíamos el primer caso de acoso del curso. La víctima ha sido una chica de Tarifa, a la que hemos visto en unas imágenes cómo pegan, insultan y maltratan sus "compañeras" de instituto. Al mismo tiempo, el Ayuntamiento de Almonte hacía público el vídeo que han grabado los alumnos del colegio público Los Taranjales para concienciar sobre la gravedad del bullying y del infierno en el que puede convertirse el día a día de un estudiante cualquiera. Porque lo cierto es que cualquier niño puede ser víctima de un descerebrado al que le dé por amargarle la vida. Nadie está libre de que sus hijos sufran el tormento de un miserable. Se empieza amenazando, se pasa al insulto, después al cosqui y de ahí a la agresión en toda regla. Gordos, flacos, altos, bajos, blancos, negros, católicos, musulmanes, cualquiera. Ésa es la realidad.

El bullying es una cuestión de estado de las de verdad y luchar contra él debe ser labor de todos. De profesores y alumnos, pero también de padres y administraciones. Las redes sociales y su irresponsable uso se han convertido en cómplices perfectos para fardar de los logros de los miserables. El abandono de las obligaciones educativas en el seno de la familia, también. No son pocos los avisos de pedagogos y psicólogos alertando de la abdicación de los padres en el proceso de formar a sus hijos. Se les suelta en el colegio para que los maestros lidien con ellos y los metan en vereda y cuando salen de clase se les deja pegados a maquinitas y móviles para que no molesten. Piénsenlo. Sin hacerse trampas al solitario, de verdad.

Ahora que han comenzado las clases no está de más reflexionar sobre la educación que estamos dando y queremos para nuestros hijos. No la de las asignaturas y materias escolares, no. Démosle vueltas a lo que hacemos en nuestras propias casas. En el ejemplo que les damos a nuestros niños con nuestra forma de comportarnos. Ahí está la clave de una sociedad sana. En su capacidad para tomar conciencia de sus errores para evitarlos. En su disposición a denunciar formas de ser nocivas y actitudes despreciables. Pensémoslo ahora que han comenzado las clases. Antes de que sepamos que un nuevo Diego o una nueva Lucía han decidido dejar este mundo por culpa de unos hijos de satanás. Antes de que la vida se convierta en un infierno escolar. Vean ustedes el vídeo que han hecho los alumnos de Los Taranjales. Es una terapia frente al dolor. Y una puerta a la esperanza.

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