Pasan los días, pasan los meses, pasan los años -¡tantos años en algunos casos!- y no parece ni sorprendernos ni alarmarnos, salvo las denuncias bien patentes de nuestro periódico, el grado de abandono de muchos edificios y lugares de nuestra ciudad, víctimas de la incuria, la desidia, la pasividad y la ausencia de celo municipal y ciudadano en la conservación de ese patrimonio arquitectónico, que en algunos casos tienen más que una entidad monumental, un valor sentimental y unas entrañables señas de identidad, íntimamente arraigadas e insustituibles: el Colegio de Ferroviarios, la antigua cárcel - véase lo que se ha hecho en Salamanca (Domus Artium) con la vieja prisión, una edificación muy parecida a la de Huelva-, los viejos mercados de Santa Fe y la Merced, Villa Rosa, la casa de Diego Díaz Hierro, el barrio Reina Victoria -el popular Barrio Obrero-, el edificio de Hacienda -cuya rehabilitación, ¡por fin!, se nos anunciaba el pasado viernes-, el Banco de España, con la promesa -una más hace unos días- de su reforma por la Junta de Andalucía y algún que otro edificio catalogado.

Pero he aquí que unos días atrás, y como si ya no lo viniéramos comprobando hace algún tiempo, se publicaba un extenso y muy bien ilustrado reportaje de nuestra compañera Teresa Lojo en las páginas de Huelva Información, sobre el lamentable estado de los Jardines del Muelle, como siempre se han conocido, o el Parque de las Palomas, denominación más reciente. El titular era bien elocuente: Los Jardines del Muelle pierden su identidad. Una afirmación bien explícita de que "los elementos característicos del espacio público sufren un progresivo deterioro debido a la falta de conservación y los actos vandálicos". Porque esa es la causa de que vándalos y desaprensivos se valgan de esa incuria y abandono para hacer de las suyas y perpetrar toda clase de atropellos, pintadas y mutilaciones, cuyo penoso resultado es el deplorable aspecto que presentan y que propician una mala opinión, una inevitable sensación de desidia ciudadana y municipal para usuarios y especialmente para quienes nos visitan, cuando tanto aseguran algunos preocuparse por el turismo.

El estado de los propios jardines, fuentes, estanque, pérgolas, kiosko-bar, la escultura de Alonso Sánchez, necesitada de una limpieza en profundidad y tal vez de una ubicación en la que pase menos desapercibida, parque infantil y en fin toda una serie de elementos propios de uno de esos lugares emblemáticos de nuestra ciudad, de necesaria prestancia como acceso desde el puerto a la población y de esparcimiento y recreo para pequeños y mayores. Pregunto si la Autoridad Portuaria, que ocupa un espacio restado en su día al parque, debería encargarse también de sus reparaciones, embellecimiento y conservación.

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