Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Cultura del pacto

La palabra 'cultura' es un comodín, una voz desvirtuada: Soraya invoca ahora "la cultura del pacto"

Hace unos años, en una escapada a Lisboa, el grupo, en pleno ejercicio del consenso, consideró que una buena cena quedaría incompleta sin el sacrosanto gin tónic, esa bebida inventada en la India colonizada por Gran Bretaña con la hilarante excusa de que la quinina del agua tónica prevenía la malaria. Una bebida que fue de rigurosas minorías hasta que, poco antes de fin de siglo, pasó a ser el perejil de todo almuerzo o cena en modo homenaje, a pesar de que cuando da gloria -tengo para mí- es al caer la tarde, la hora en que se privaba en el club de la oficialía del destacamento de Jaipur o Bengala. Uno de los miembros de la expedición de finde largo en cuatro estrellitas se quejó amargamente: "En Portugal no hay cultura del hielo ninguna", sentenció tras ver cómo el combinado llevaba un triste y muy fugaz cubilete: a quién se le ocurre emboscarse a tomar un copazo en tierra extraña un sabadete en el barrio de marras. Cultura del hielo: no paramos de mentar la expresión entre nosotros. Y, por Dios: cultura del gin tónic.

Todo es cultura o lo puede llegar a ser, de forma que lo que realmente era cultura deja un poco de serlo: el refinamiento del conocimiento y la creación humana, o el elenco de costumbres de un pueblo. Esta semana, la vicepresidenta del Gobierno ha visto la luz y también ha tirado de cultura: "Este es el momento de la cultura del pacto". Es el momento, debemos interpretar, de que dos partidos o tres de diversa o similar orientación pacten para evitar el desgobierno o gobiernos que se consideran melones por calar, de esos con un palpar ya blanducho o, peor, apepinados. El elixir de la cultura del pacto es la Grosse Koalition alemana, que aglutina a conservadores y socialdemócratas, algo tan poco exportable a España como el vino caliente con especias.

Sáenz de Santamaría invoca la "cultura del pacto". Se la reclama a Ciudadanos, una formación pariente del PP, aunque sin cientos de imputados ni señeros condenados. Un partido sin antecedentes, que le da el sorpasso -¿por la izquierda o la derecha? ¿O por el calendario?- según la demoscopia de fuera de temporada. A estas alturas es arriesgado recordarlo, pero siempre nos quedará la duda de si el nacionalismo catalán, antes de desenmascararse como sectario y golpista, no hubiera sido también objeto de unas dosis de cultura del pacto. Que en vez de ofrecer ahora, tras tanto daño y odio, una reducción de la deuda catalana con el Estado -nudo gordiano y epicentro del asunto-, se hubieran sentado a hablar. En su día.

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