Hay noticias que te cogen y no te sueltan. Las lees, te impactan, decides escribir sobre ellas, pasan las fechas, las crees olvidadas y a otra cosa. Pero no es así, no te dejan. Pareciera que no te vas a librar de ellas hasta que te pongas a escribir. Pues aquí van. Recordarán que hace casi un par de semanas hubo un asalto terrorista a un supermercado en el sureste de Francia, con el inequívoco sello islamista a cuestas. Hubo muertos, pero me detengo en dos de ellos. El primero fue el carnicero del establecimiento. Trabajando se encontró con la muerte. El pesar por su muerte, como no puede ser de otra forma, fue unánime. Bueno, casi unánime, porque hubo una pirada que se confesó vegana y se alegró de la muerte del carnicero. Lo puso en las redes sociales. Fue localizada y en buena hora puesta a disposición judicial. En otros artículos he llamado alimañas a los que son como esta tipeja. Son de la misma calaña que los que se alegran por la muerte de un torero. Pero hoy no les llamaré así. Hasta ahora, por mi edad y por mi profesión de médico, creía que podía ponerme al nivel de cualquier miseria humana y comprenderla. Pero esta gente se me escapa, no de las manos, si no de las neuronas. Estoy en un momento en el que no comprendo qué ha ocurrido para que alguien se pueda alegrar de la muerte del que es sencillamente distinto que tú. Ni siquiera ideológicamente distante, si no distinto. Es como si alguien, un amante de los perros, un día se alegra de que me pase un autobús por encima, en uno de mis despistes callejeros, porque a mí no me gustaban los perros. ¿Alguien comprende esto?

Mas no termina aquí esta película mitad terror, mitad asombro. En el mismo episodio criminal del supermercado murió un oficial de la Policía. Este hombre era católico y por lo que se ve había entendido muy bien el mensaje de Jesús de Nazaret de dar la vida por el prójimo. Se ofreció para ser intercambiado por un rehén, una mujer, la última secuestrada que quedaba. Cuando entró desarmado en el supermercado fue asesinado. La mujer salvó su vida. Seguro que ya adivinan lo que ha pasado. En efecto, también alguien se ha alegrado de su muerte. De igual forma ha sido detenido este desecho humano. ¿Qué hemos hecho entre todos? ¿Qué hemos criado a nuestros pechos? Siempre ha existido gente desquiciada que calladamente ha pensado auténticas barbaridades del prójimo. Pero esta ostentación pública de la crueldad humana yo no la he visto nunca en tiempos de paz, la guerra es otra cosa. Igual estos sujetos no son más que la punta del iceberg que asoma de una sociedad que toca fondo ya.

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