La elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús, allá por el siglo IV, fue una inteligente maniobra de usurpación por parte de la iglesia romana, que aprovechó la popularidad de la fiesta pagana del nacimiento del Sol y la cristianizó. Siglos después, otros dioses paganos más modernos, el consumo desenfrenado y la superficialidad positiva, han terminado devolviendo el golpe y apropiándose de la Navidad. Lo que era una festividad cargada de sentido religioso se ha transformado en la insignia de un sistema que necesita banalidad, fiesta y negocio para seguir funcionando. Todo esto no pasaría de ser un cambio cultural más o menos lógico dentro de un paradigma social secularizado. Pero el despropósito consumista tiene tal impacto en nuestras vidas, y en la del planeta que nos acoge, que algo tendremos que hacer aunque sólo sea por supervivencia.

Echen un ojo a su basura doméstica y verán cómo se multiplica en estos días: más del 30%, dicen los que estudian estas cosas. Tampoco es que esa compra compulsiva nos satisfaga mucho: "No sé si me gusta, pero por el precio que tiene…"; "me lo llevo, aunque tiene pinta de durar dos días…"; "ay, y cómo me voy a presentar sin nada, le llevo esto aunque sé que no le va a gustar…". Parecemos prisioneros sin escapatoria. Pero la huida es posible.

Esos chiflados de Greenpeace andan organizando talleres por todo el territorio español con el loco propósito de abrir una puerta de creatividad al consumo sin sentido: hacer, en lugar de comprar, reparar y reciclar en lugar de comprar, reflexionar siempre antes de comprar. De alguna forma, introducir un poco de consciencia y conciencia, parar, hacer una grieta en el muro del consumismo. Eso no va a detener la parafernalia inclemente de estos días marcados, pero provoca cambios pequeños: quizá regalos con menos brillo pero más pensados, seguramente una mesa con menos comida pero con más espacios de conversación, tal vez menos juguetes de usar y tirar pero más tiempo con los hijos. Cambios sencillos y creativos, humanizadores, en definitiva.

La Navidad es un significante que se ha vaciado de espiritualidad, y eso ya no tiene vuelta atrás. Pero quiero pensar que sí podemos llenarlo de contenidos que nos enriquezcan y nos hagan más conscientes. Ya no creemos, pero sí es posible que creamos, que inventemos algo nuevo. Y puede que por ahí se nos cuele ese espíritu navideño que seguimos anhelando.

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