MÁS allá de las declaraciones optimistas de distintos líderes internacionales, la nueva cumbre sobre el clima arranca hoy en Copenhague con muchas más dudas que certezas. Ya se sabe que, a diferencia de lo que ocurrió en Kioto en 1997, esta cumbre no concluirá con un tratado internacional de carácter jurídico, sino, en el mejor de los casos, con un acuerdo con carácter vinculante. El inconveniente es que el problema al que se enfrenta el planeta no puede ser sorteado mediante soluciones diplomáticas, jurídicas o políticas; el problema -el cambio del clima- persistirá con independencia de lo que suceda durante las dos próximas semanas en la capital danesa. Estados Unidos llega a la cumbre con una disposición radicalmente diferente a la de la Administración Bush, pero Barack Obama no puede comprometerse con un tratado internacional debido a que su Congreso no lo aprobaría. A cambio, ha ofrecido una reducción del 17% de las emisiones de gases invernadero, pero respecto a la producción de 2005, y no a la de 1990, que es la que sirve como base. De este modo, la reducción del segundo país más contaminante del mundo se quedaría en un escaso 5,5%. Lo que los científicos están pidiendo es que los países desarrollados, caso de EEUU y de la Unión Europea, recorten sus emisiones entre un 25% a un 40%, mientras que para los países emergentes -caso de China, la India y Brasil- se solicita una reducción de entre el 15% y el 30%, pero sobre sus previsiones para 2020. Se trata, en este caso, no de una reducción real, sino de un aminoramiento de la producción. Sin embargo, no todo puede darse por perdido. Por dos razones principales: Copenhague puede significar un buen acuerdo de partida para conseguir algo mejor dentro de dos años y, además, todavía se espera que la presencia durante los últimos días de Obama, Lula da Silva y los representantes europeos en la capital danesa sirva para dar un giro inesperado al resultado final. Todos deberían ser conscientes de que, mientras todo esto ocurre, el calentamiento global seguirá empeorando sin que le afecte lo más mínimo el optimismo huero y los alegatos vacíos.

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