Convivencia de identidades

Ser nacionalista no significa necesariamente ser independentista

Profundizar en los conceptos de nación y de nacionalismo es un tema apasionante. Supone una aventura intelectual estimulante, entre otras razones, porque obliga a abordar más de una disciplina. Resulta insuficiente hacerlo sólo desde la historia. Para su verdadera comprensión es ineludible acudir a la lingüística, geografía, religión y así sucesivamente hasta llegar, sin más remedio, a la psicología porque, al fin y al cabo, el sentido de identidad o de pertenencia a un grupo o comunidad no deja de ser un acto psicológico que surge a raíz de una o de muy diversas circunstancias o hechos. No obstante, ocurre que toda esta complejidad suele olvidarse cuando un nacionalismo ha logrado constituir un estado-nación; de tal forma, que pasado el tiempo se borra del primer plano e, incluso, se contempla ilusoriamente como que ya realmente no lo es. A esto último, el psicólogo británico Michael Billig lo ha llamado nacionalismo banal, que es aquel nacionalismo que se toma como el que corresponde o, más taxativamente, debe ser, y que se obvia como tal, a pesar de la cantidad de formas diarias en las que está presente.

Si observamos lo que nos está ocurriendo con la crisis secesionista, una parte del conflicto se encuentra en lo expuesto. Lo mismo que existe un nacionalismo catalán también lo hay andaluz y, evidentemente, español y, no por ello tiene por qué considerarse como algo negativo. Admitiendo que cada cual tiene derecho, sea racional o emocionalmente, a reconocerse como de esta o de aquella nación, es procedente recalcar que es posible y, por qué no, deseable la construcción de un Estado que permita la compatibilidad y convivencia de diferentes identidades, sin que ello implique romper unidades territoriales -ser nacionalista no significa necesariamente ser independentista-. Pero para la consecución del mismo es preciso aceptar la variedad de identidades, sin que se tilde a los que no comparten la nuestra, más o menos, como jinetes apocalípticos. En estos días, desde ese nacionalismo banal se han escuchado, errónea y torpemente, cosas tales como que el nacionalismo únicamente traía desgracias o lo peor -como, p. ej., afirmaba el cantante José Manuel Soto en una televisión-. Ese fatalismo y demonización es no saber de lo que se está hablando. Otra cuestión distinta es situarse fuera de la ley, como ha hecho el independentismo catalán, algo inaceptable en un Estado democrático y de derecho y, claramente, el español lo es, homologable al de los más avanzados.

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