Acassandra Vera le ha soplado la Audiencia Nacional un año de cárcel y siete de inhabilitación por tuitear chistes sobre Carrero Blanco. A esta joven estudiante de Historia que quiere ser profesora de mayor, la Justicia le ha pegado un sopapo que la ha sentado de culo en la realidad. Ella vivía feliz en su mundo líquido, expresando opiniones libres en las redes sociales, contando chistes de mal gusto sin pensar en nada. No era una tendencia nueva, se ve que cuando era una adolescente ya le había cogido el gustillo a esto de decir insensateces en 140 caracteres. Cosas de los tiempos.

Parto de la base de que no estoy a favor de la sentencia. Me parece lamentable que en una democracia civilizada se condene a nadie por decir sandeces a través de la red. Quien utiliza este medio de comunicación como vomitorio se define a sí mismo y quien se siente ofendido por unas supuestas gracias emitidas por otro, también. El problema es más profundo y tiene mucho más que ver con los cambios sociales que vivimos/padecemos que con lo dignos que se pongan algunos. Esto que ha hecho Cassandra lo hacíamos todos cuando éramos jóvenes. La diferencia está en que entonces las bromas de mal gusto y los chistes gruesos se los comentabas a tus colegas en una reunión de amigos y de allí no salían. Hoy, en esta era en la que todo el mundo se cree mucho más conectado en su soledad, el personal es feliz lanzando al orbe sus tonterías sin pensar que al otro lado no están sólo tus colegas sino que existe una multitud que no te conoce, no comparte tu visión ni sabe nada de tu (supuesto) sentido del humor. Y, claro, es entonces cuando se lía parda porque le tocas la moral con tus simpáticas chanzas a uno que puede estar aburrido y no tiene mejor cosa que hacer que llevarte a los tribunales. Así de bien está el patio.

Cuando esto ocurre, salen los habituales políticos tuiteros a contarle a la humanidad, también en 140 caracteres, que está muy mal eso que te han hecho, que vivimos en un estado de sitio y estamos amordazados. Se rasgan las vestiduras, lanzan hashtags solidarios y dedican las ruedas de prensa pensadas para hablar de asuntos serios a lamentarse por lo que te ha ocurrido. Eres una víctima del Estado represor que te sojuzga. Qué dolor.

Los que te defienden son a su vez los mismos que cuando sale un autobús pintado con eslóganes propios de la estulticia más absoluta se rasgan las vestiduras por lo ofensivo de esas palabras. Con ojos glaucos se preguntan cómo puede ser y permitirse que un autobús hable de transexualidad en la calle mientras aplauden que se insulte a las víctimas del terrorismo, al juez que dicta tal sentencia, al político que lleva tal chaqueta, al futbolista que comete tal falta o proponen que se retiren las misas de la tele. Lo mismo pasa desde el otro lado, ¿eh? Que muchos de los que defienden la misa o el autobús condenan al que lanza sus tuits izquierdosos. Muy edificante.

Y cuando uno ve todo esto se pregunta seriamente hasta dónde hemos llegado. Quién educa y quién nos representa. Qué fue de aquellos tiempos en los que se respetaba a los demás. Aquellos en los que Cassandra, en lugar de hacer el carajote en las redes, estaba en la calle con sus amigos. Así nos va.

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