Néstor Goyanes es un tipo normal. Más bien achaparrado -esto es obvio- pero de una grandeza vital fuera de la norma. Su humanidad transciende sobre el resto de personas que le rodeamos porque no sabe o no tiene consciencia -o le da igual, no importa-, de que siendo un artista genuino, original e incluso virtuoso -me atrevería a decir-, se comporta como si no lo fuera.
Pero, como buen argentino que es, esconde (y luego descubre, como un prestidigitador) sus cartas tal como los compadritos argentinos disimulan su faca en los barrios de La Boca, Palermo, San Telmo o La Recoleta, que haberlos haylos, y no pocos, en una Argentina actual que siendo tan grande, tan rica y de una magnificencia fuera de discusión alguna, sus pobladores viven abocados a una mera supervivencia, y eso en los mejores casos, por el saqueo y el robo continuado que sus próceres, sus líderes políticos, llevan aplicando a la hacienda pública, esa que siendo de todos es repartida sin pudor alguno entre aquellos que mandan, dignos herederos de los terratenientes de siempre y estos a su vez de los hijosdalgo descendientes directos de los españoles que por allí comenzaron a llegar hace más de quinientos años.
Néstor Goyanes estuvo en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se celebró en Madrid este año y ahora ha colgado una exposición, comisariada por el profesor de la Universidad de Huelva Samir Assaleh, en la sala de la Provincia de la Diputación de Huelva y que podrá ser visitada hasta el día 26 del presente.
Conozco a Néstor desde hace diez años. Profesor, litógrafo y xilógrafo argentino, nos hemos visto acá y allá, en su tierra y en la mía. Y si la vida nos da tregua lo seguiremos haciendo aunque las canas recubran nuestras sienes en cualquier parte del mundo. Es más, Néstor no solo es una persona para mí sino también un personaje, dado que forma parte de uno de mis libros publicados: La búsqueda de la identidad, de cuya portada es autor.
Néstor se irá hoy, el mismo día que usted lee esta columna, y yo quiero despedirlo con la letra de un tango escrito por Homero Manzi a su barrio de Pompeya: "La esquina del herrero, barra y pampa, tu casa, tu vereda y el zanjón, y un perfume de yuyos y de alfalfa que me llena de nuevo el corazón".
Eso supone para mí tu despedida, viejo. ¡Cuidáte, che!
Y ustedes, si pueden, no se pierdan la exposición de Néstor Goyanes. No se parece a nada ni a nadie, como debe ser en cualquier genio.
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