Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Cansancio

Los españoles dan muestras de una progresiva y acelerada pérdida de interés por lo que pasa en Cataluña

No pasa un día sin que alguien me exprese su cansancio y acelerada pérdida de interés por lo que pasa en Cataluña. Lo entiendo. Incluso me pregunto si el culebrón en el que se ha convertido desde ya demasiados meses el presunto proceso soberanista no será una táctica de los independentistas para ganarnos por agotamiento, para que un día estemos ya tan hartos de sus alianzas, diferencias, presos, exilios, dimes y diretes que proclamen otra vez la independencia y que no nos demos ni cuenta. O peor aún, que nos dé igual. Del último capítulo de este serial malo -que si investimos a Puigdemont, que si lo dejamos de investir, que si convocamos el pleno, que si lo desconvocamos- estoy seguro de que una gran mayoría de los españoles se han quedado sólo con las imágenes de los Mozos de Escuadra registrando maleteros de coches y furgonetas, a ver si el supuesto candidato estaba escondido debajo de una manta, y la de esos mismos mozos repartiendo mandobles en el Parque de la Ciudadela a la alegre muchachada que pretendía entrar en el Parlamento no se sabe muy bien con qué aviesas intenciones. Lo de los mandobles al menos habrá servido para que Zoido no se sienta tan solo. Ya no es él el único que ha repartido leña en Cataluña. Algo es algo.

Lo cierto es que pasada la tensión del 1 de octubre, que puso al país entero al borde del abismo, tras la bufonada de la huida a Bruselas y algunas otras y, sobre todo, después de que España viera que un partido que nació para oponerse al nacionalismo excluyente y corrupto podía ganar unas elecciones en Cataluña, los españoles se ha relajado y tienden a marcar distancias con lo que pasa por allí, convencidos de que Puigdemont y los suyos seguirán haciendo el ridículo, y el Estado y los tribunales respondiendo cuando la situación así lo demande.

Pero no olvidemos dos cosas: la primera, que se está jugando con la cohesión nacional que es como hacerlo con las cosas de comer y, la segunda, que estamos haciendo un notable papelón internacional que nos pone a la altura de países de opereta. El espectáculo visto desde Berlín o Washington debe resultar algo más que grotesco y no refuerza precisamente nuestro papel como potencia europea. Lo malo es que la cosa parece que no va a tener un final ni feliz ni próximo. Hay ya muchos que piensan que el fugado en Bruselas se va a salir con las suya y habrá otra vez elecciones. Vaya si la cosa produce cansancio. Ya lo creo.

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