Crónica levantisca

juan Manuel / marqués Perales

Cangrejitos

DESDE que el hombre bajó del árbol africano, el género sapiens ha sido una especie invasora: se extendió por Europa y Asia, se cruzó con los neandertales y desinovanos, procuró la extinción de todos los homos coetáneos -el verdadero pecado original- y plantó sus dos pies en cada rincón de los continentes. Miles de años después, comenzó a mover a otras especies de un lado a otro, bien por interés comercial o por descuido. El árbol de la seda se llevó hacia Occidente, los tomates viajaron a Europa, la uva syrah de los iraníes se siembra para dar un leve toque de dulzor a los vinos españoles y los eucaliptos australianos sustituyeron a los bosques atlánticos de Galicia para fabricar papel. Y así podríamos seguir y seguir, aunque ha sido la globalización lo que ha terminado por convertir el planeta en un pañuelo donde otro tropel de especies invade sabrosos ecosistemas: el mejillón tigre, el mosquito también tigre, el cangrejo chino... El casco de los barcos, la curiosidad de los coleccionistas y los cambios del clima son algunos de sus vectores. Algunas de estos aliens son francamente dañinos para el paisaje que colonizan y las especies que sustituyen, y cuanto más parecidos, peor; pensemos de nuevo en el hombre y sus primos el neandertal y el hobbit de Flores.

Por todo esto, la estrategia de erradicación de estas especies está justificada, y para ello hay un listado nacional que las marca y prohíbe su tráfico y comercialización. Algunas de las incluidas forman parte de una batalla perdida, caso del diente de león que se sembró para fijar las dunas costeras. No hay diques que frenen determinadas olas, lo mejor es dejarlas pasar. Otras inscripciones son, claramente, un anacronismo. La chumbera está incluida en la lista roja, se le considera una invasora, aunque se trajo de América hace cinco siglos para criar la cochinilla y poblar terrenos muy secos. Hoy forma parte del paisaje andaluz, nos comemos sus higos en verano y los ecologistas se lamentan por la plaga blanca que está acabando con las tunas de las lindes y los escarpes.

Cincuenta años después de su introducción en las marismas del Guadalquivir desde Luisiana, el cangrejo rojo americano ya hizo todo el daño que debió hacer, desplazó a su primo europeo y subió hasta los cauces medios de los ríos, pero hoy da de comer a muchos trabajadores de Isla Mayor y a las garzas de Doñana. Está instalado en la cadena trófica de la marisma. La reciente sentencia del Supremo que prohíbe su comercialización debe ser matizada, como lo era el propio catálogo hasta ahora. Bastaría con que se introdujera una excepción para el Guadalquivir. Porque puestos a ser extremos, ¿por qué no prohibimos la venta de higos chumbos?

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