Visiones desde el Sur

Caminando

En un mundo dominado por la mercadotecnia, la razón pierde peso a favor de los intereses

Para los que somos daltónicos, los colores nos resbalan, es decir, nos da lo mismo el cromatismo con el que otras personas vean el mundo.

La vida es cómo se sufre o cómo se anda -que diría Machado- y eso siempre será subjetivo pese a la filosofía, la religión, la política, la ciencia o cualquiera otra ordenación del conocimiento empírico o virtual, que tanto monta, en estas fechas en que la telemática está a punto de hacerse con el control del universo, sin que la mayoría de los mortales tengamos que decir ni una sola palabra del tema, dado que los oráculos que diseñan tales aparatitos son los que deciden qué películas hemos de ver, qué cosas comer, a qué lugar ir de vacaciones -si las tenemos- y hasta cuándo hemos de tener nuestros hijos, por no dar más ejemplos. Asuntos que bien pensados parecen anacrónicos en la sociedad, dicen, del conocimiento, pero que no lo son, dado que nos tienen (des)informados con toda esa panoplia compuesta por las redes sociales y los medios audiovisuales y escritos.

No hay que repetir aquello de que lo evidente no existe sino en uno mismo y para uno mismo. ¡Pues no! Estábamos también equivocados; lo que es evidente o no lo deciden a día de hoy artilugios inventados con tales fines como los arriba indicados. Orwell en estado puro, vamos.

Las verdades absolutas, esas que valen para una colectividad dada en un tiempo y en un lugar determinados, no son más que eufemismos que esconden a sátrapas que hacen negocios con su clientela.

En un mundo dominado por la mercadotecnia, la razón pierde peso a favor de los intereses. De quién o de quiénes, da lo mismo. Los que ejercen el magisterio del poder incluyen en sus proclamas las respuestas a nuestras posibles preguntas: para que no pensemos, para que el razonamiento o la dialéctica no encuentren ágora alguna: no sea necesaria.

Y eso es realmente grave. Y uno ha de recelar de los productos manufacturados, de las indicaciones maniqueas y de las soflamas todas... y pensar, pensar por sí mismo.

La humanidad circula en un tren desbocado y sin rienda posible donde cada cual se sienta en función del poder atesorado o de la capacidad de intimidación sobre los demás. Soy consciente de que no puedo bajarme del vagón en que viajo hasta que me tiren por la ventana cuando fallezca. Mientras tanto, he buscado un rincón apartado en donde meditar para no volverme loco, o, en el peor de los casos, si me ven, me descerrajen un tiro sin armar mucho escándalo.

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