Decimos adiós al mes de octubre, y lo decimos ya casi con el cambio de horario dentro del cuerpo. Llega noviembre y nos coge con el paso cambiado, porque eso de entrar así de pronto a una nueva forma de adaptar nuestro tiempo cotidiano es una verdadera lata.

Y eso que es una hora. Yo recuerdo aquellos tiempos de la oprobiosa en que el cambio era de dos horas. Eran años en que las cosas nos gustaban a lo grande y por eso no nos conformábamos con solo una hora.

¿Sirve esto para mucho? Los entendidos dicen que sí, que se ahorra energía, que ¡vaya usted a saber...! Yo, que soy muy confiado me adapto a todo y no protesto por casi nada. ¡Para qué...! Resulta que tenemos una Constitución hecha a maza y martillo con consenso nacional, donde se estrujaron los sesos para que Carrillo y Fraga cupieran en el mismo cesto y ahora al cabo de casi cuarenta años resulta que hasta un grupo, sí, un grupo, aunque sean un millón o dos, con jefes pensantes en las nubes, se la saltan, la desobedecen, hacen lo que quieren y se ríen, por no decir otra palabra más escatológica, encima nuestra y aquí nos tienen esperando el santo advenimiento de la entrada en razón, si es que hay razones, que como dicen en Galicia haberlas las hay y muchas.

Después de tantos días pegado a la tele, pasando páginas de periódicos y con la oreja dolida de tantas horas de pinganillo, yo creo que todo se arreglará con el cambio de hora, porque hay tierras, de cuyo nombre no quiero acordarme, que están todavía con la hora de hace ochenta y tantos años, sin querer ver que el horario de la Europa y de la España actual es otra y está fuera de veleidades separatistas, en el camino diario de una solidaridad fuerte, que creamos hace más de quinientos años.

Miren, es hora de poner los relojes en hora. Pero en la hora actual, la que un día votamos todos, la que nos lleva garantizados cuarenta años de paz y en la que podemos todos forjar un entendimiento común, aunque unos pocos no lo deseen.

Menudo mes de octubre nos están dando.

Ahora, si todo se arregla al llegar noviembre cantemos un Te Deum, el día 1, porque en caso contrario lo que entonaremos, el día 2, será un réquiem. Y la verdad, nuestros cuerpos ya no están para tanto trote, tanta farsa y tanto interés de hacernos la pascua. Que la única Pascua de verdad, bella y esperada es la que se va aproximando antes de que se acabe el año.

Saque la corona de su reloj y cambie la hora y si es digital, vaya a su relojero, pues yo todavía no lo he aprendido.

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