Tú te estás callaíta ya" nos repitieron nuestros padres, una y otra vez, a las mujeres de mi generación. "Tú no te señales" y había que callar en el instituto e incluso ante el profesorado universitario cuando vivíamos situaciones a todas luces injustas. Callaíta ante el padre, recordaba la madre. Callaíta sobre opiniones políticas o las que así le parecían a nuestros padres… Pero no callamos e incluso evitamos repetirles esa expresión a nuestros hijos de tanto como la escuchamos y de tanto como la rechazamos.

Y como no nos quedamos callaítas pasó la costumbre de alargar la falda para evitarle provocaciones al hombre. Pasó el tiempo de necesitar el permiso del novio para ponerse en bikini o el del marido para sacar dinero de la cuenta bancaria. Pasó la época de beber anís, prefiriendo el coñac, porque estaba mal vista una chica ingiriendo bebidas fuertes. Pasó el estudiar Magisterio o Enfermería porque las ingenierías eran cosa de hombres. Y como no nos quedamos callaítas ni educamos a nuestras hijas para callarse, va de paso esa costumbre de que sea la mujer la que realice todas las tareas de la casa por el único hecho de ser "la mujer de la casa". Y va acabando la extendida rutina de que sea la madre la que hable con la maestra de la niña o de que sean ellas las que representen a las familias en los consejos escolares.

Por experiencia propia, ante los cambios que quedan por emprender, las batallas por ganar y los retos por alcanzar, callarse no es una opción. Hombres y mujeres tenemos la obligación moral de reconocer los logros pero sin olvidar lo que falta. Tendríamos que hacerlo todos, pero para las mujeres a las que tanto nos hicieron callar, para las mujeres a las que intentaron educarnos mirando para otro lado, sobrepasa la obligación de hablar, de denunciar, para convertirse en una exigencia personal todos los días del año, no sólo el 8 de marzo.

Por ello no debo permanecer callaíta ante el hecho de que mi Universidad, la de Huelva, convocase una singular Mesa Redonda a la que solamente podían participar y asistir mujeres. Porque se contradice con el propio papel de la institución universitaria, el de actuar como crisol de ideas y tendencias diferentes e incluso contrarias. La UHU se ha mostrado siempre especialmente sensible con la problemática de la mujer y ha creado incluso las necesarias estructuras para gestionarla, pero hoy no merece un aplauso. No puede condenarse la discriminación discriminando ni exigirse igualdad, diferenciando.

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