La otra orilla

víctor Rodríguez

El Calabacino

La aldea de El Calabacino es un claro ejemplo de que Huelva es una tierra de excesos. Tenemos dos polos (nunca mejor dicho); el de la industria y sus derivados y el de tantos parajes naturales protegidos. En medio estamos los ciudadanos de estas tierras, que a estas alturas aceptamos lo que nos echen.

El Calabacino, en el término municipal de Alájar, lleva muchos años siendo ejemplo de recuperación, equilibrio y valía, desde el respeto al terreno y a sus habitantes. Gracias a esos verdes idealistas que, llegados de muchos sitios levantaron lo que era otro poblado condenado a la ruina y el abandono, reconstruyendo las casas (o lo que quedaba de ellas), volviendo a cultivar huertas, y trayendo juventud y niños, muchos niños, que han conseguido mantener abiertos colegios que hoy no existirían. Todos sabemos que lo que se pierde es muy difícil volverlo a levantar y El Calabacino es una maravillosa excepción.

Pero sobre esta bonita rareza está cayendo en los últimos tiempos el peso de la amenaza judicial. Aunque cueste creerlo, existen denuncias por construcción ilegal e inapropiada y apercibimientos de desahucios y demoliciones. Parece que la Fiscalía medioambiental se ha girado hacia ese pequeño reducto de coherencia ecológica cargando sobre ella todo el peso de una Ley que debería estar protegiéndoles. Y lo decimos con conocimiento de causa, porque en Huelva tenemos graves problemas medioambientales: los millones de toneladas de fosfoyesos que siguen en el limbo, mientras sus partículas tóxicas nos inundan, o el almacén de gas en Doñana, por citar dos ejemplos. Dentro del propio Parque Natural de la Sierra de Aracena se podría poner la mirada en pequeñas y no tan pequeñas amenazas: aguas residuales sin depurar, actividades industriales incompatibles o vertederos, entre otras. Y lo que debería ser más preocupante, la desaparición de un estilo de vida que etnográfica y culturalmente no se va a reponer.

Es el ser humano que quiere vivir respetando el sitio donde habita el que está en peligro de extinción, es a ése al que habría que dotarle de los medios para que su opción no deba de ser heroica sino simplemente coherente. Dejemos a las sencillas gentes de El Calabacino seguir viviendo de esa manera y pongamos el foco, no en las pelusas, sino en esas enormes vigas que tapan los ojos de quien debería estar cuidando lo que respiramos, comemos y bebemos. Así nos va.

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