Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

'Bene pendentes'

La sospecha relativa al fraude, a que nos la den con queso, es tan antigua como la identidad social de la especie humana

La historia de la Iglesia medieval presenta una figura apasionante sobre la que el tiempo ha depositado tanto olvido como leyenda: la del palpati. Al parecer, la sospecha de que el relato sobre la Papisa Juana pudiese haber sido cierto sembró en la curia romana la sospecha de que en la nómina de sucesores de San Pedro una mujer convenientemente camuflada no lo tendría muy complicado para hacerse pasar por varón y quedarse el puesto. De modo que, para evitar filtraciones, se impuso una comprobación a la que debía someterse cada nuevo Papa escogido en el cónclave. El electo debía sentarse en una silla especial, la Sedia Stercoraria, que presentaba un agujero en su base. Y aquí es donde entraba en juego el palpati, al que correspondía introducir respetuosamente la mano por el agujero para evaluar a mano la genitalidad del Pontífice bajo sus prendas. Una vez efectuado el toqueteo, el palpati, cuya función era ciertamente la de un de sexador de Papas, debía decir en voz alta: "Duos habet et bene pendentes" ("Tiene dos y cuelgan bien"), tras lo que el cónclave podía respirar aliviado (Propuesta para un relato de ciencia-ficción: "Quattuor habet..."). Por empírico y sencillo, así como por su estrecho margen de error, el procedimiento era desde luego genial. Nada más determinante, ni más higiénico, que un escroto papal.

Viene este chascarrillo a cuenta por la evidencia de que incluso en una época tan presuntamente poco favorable a la duda como la Edad Media no había quien se fiara ni del Santo Padre, que ya es decir. La sospecha relativa al fraude, a que nos la den con queso, a que todo hijo de vecino se haga pasar por quien no es y a que quien pueda engañar al respetable lo haga sin más es tan antigua como la misma identidad social de la especie humana. Que la corrupción del poder político, lo mismo para malversar caudales públicos que para hacerse con una titulación universitaria sin haber dado un palo al agua, todavía constituya motivo de escándalo a mayor gloria de la profesión periodística, como si todos nos hubiéramos caído del mismo guindo al unísono, no hace menos necesaria la función del palpati. Debajo de cada Papa, de cada presidente y cada ministro, de cada alcalde, de cada banquero, de cada árbitro, de cada inspector, de cada juez y de cualquiera con influencia suficiente para llevarse el gato al agua alguien debería ir a tocar los huevos, por si acaso.

No dejan de ser cómplices quienes se presentan como modelos intachables de regeneración cuando a menudo son los primeros en sustentar al corrupto. Hace falta más control y menos estampitas. A palpar.

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